“Él da mayor gracia”
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: ‘Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes’ ” (Santiago 4:6).
Según el reconocido autor cristiano Warren Wiersbe hay “tres enemigos que quieren alejarnos de Dios: el mundo, la carne, y el diablo”.¹⁵⁵ En Santiago 4 los encontramos a los tres exhibiendo su carácter dañino, intimidándonos con su poder. Se presentan como adversarios invencibles que se burlan de nuestra debilidad. Se confabulan para extender su implacable señorío; nos dominan y nos hacen envidiosos, codiciosos, obligándonos a vivir únicamente para complacer nuestros más vergonzosos deseos, para satisfacer apetencias que nos dejan el alma vacía. Nos atan con cadenas que nos alejan de Dios y nos dificultan enormemente relacionarnos con él.
Pero cuando el cuadro parece irreversible, el apóstol proclama: “Pero él da mayor gracia” (Sant. 4:6). El contraste no puede ser más asombroso. El mundo, la carne y Satanás nos dan adulterio, codicia, egoísmo, asesinato, perdición; pero nuestro amado Señor nos da “mayor gracia”. En otras palabras, por más fuertemente que nos hayan atado las cadenas de la carne, la mundanalidad y el diablo, la gracia de Dios siempre será mayor que los pecados en que caímos por causa de las tentaciones de estos tres enemigos. Esa “mayor gracia” puede romper nuestra amistad con el mal y hacernos amigos inseparables del bien. Pablo expresó la misma verdad diciendo: “Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20). La obra divina siempre superará al poder satánico.
Me gusta la manera en que Charles Spurgeon comenta el cambio de situación: “Note ese contraste; nótelo siempre. Observe lo débiles que somos nosotros, lo fuerte que es él; lo orgullosos que somos nosotros, lo condescendiente que es él; lo mucho que erramos nosotros, lo infalible que es él; lo cambiantes que somos nosotros, lo inmutable que es él; lo provocadores que somos nosotros, lo indulgente que es él. Fíjese cómo en nosotros solo hay enfermedad, y cómo en él solo hay bien. Y aun en nuestra enfermedad muestra su bondad; aun así bendice. ¡Oh, qué rico contraste!”
Hace tiempo conocí a un joven que decidió recorrer los caminos del mundo, la carne y el pecado. ¿Qué encontró? Dolor, tragedia y sufrimiento. Hasta que un día aprendió que en Cristo hay gracia abundante para cubrir todos sus pecados y limpiar su vida de maldad. Ese día él comprendió que la gracia divina siempre será mayor. ¿Lo comprendes tú?
155 Warren W. Wiersbe, Maduros en Cristo: estudio expositivo de la Epístola de Santiago (Sebring, Florida: Editorial Bautista Independiente, 2003), p. 107.
Amén