
Una felicidad compartida
«Ahora voy a ti y digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo para que ellos puedan compartir plenamente mi alegría» (Juan 17: 13, LP).
Conocí a un gran intelectual que trabajaba en las Naciones Unidas, que se había pasado media vida leyendo trabajos, artículos y libros, asistiendo a conferencias, siguiendo cursillos y seminarios, coleccionando ideas y pensamientos, sobre cómo ser feliz. Y me consta que hasta la fecha en que nos vimos por última vez, no había encontrado la clave de la felicidad tan buscada.
«Dame la clave de la iluminación que tú has recibido», me decía como si yo fuera uno de los gurús que solía consultar.
Siento mucho no tener esa clave. Pero hice todo lo posible para convencerlo de que se la pidiese a Jesús, porque él la tenía y quería compartirla con sus discípulos, es decir, con nosotros. Jesús afirma que desea compartir su felicidad con sus discípulos, pero ellos también deben desearla de veras y poner de su parte para seguir los consejos que les darán una vida feliz, equilibrada y plena. Es decir: «Deseo que compartan mi alegría» (NBE).
Jesús habló bastante de felicidad. Empezó su famoso Sermón del Monte con ocho bienaventuranzas o claves de la felicidad. Pero la felicidad que él promete es paradójica y se parece poco a la que busca el mundo que nos rodea. No tiene que ver con el dinero, ya que es prometida a los pobres; ni con el bienestar, ya que se promete a los afligidos; no está relacionada con el poder, puesto que se promete a los mansos; ni tiene que ver con los placeres de este mundo, ya que se promete a los que tienen el corazón limpio; y aún menos con la popularidad, ya que se promete a los perseguidos. La felicidad prometida por Jesús remite a la solidaridad y la entrega a los demás, a la búsqueda de la paz y la plenitud interiores, a la comunión con Dios.
Eso significa que para Jesús la felicidad, o el gozo, es algo que se elige, que se reclama, que se aprende de quien tiene ese secreto. Es decir, de él.
La felicidad de Jesús es la de alguien que tiene claro su proyecto de vida, que vive en armonía consigo mismo y con Dios, y que disfruta al hacer felices a otros. Alguien que vive procurando hacer el bien, descargado de preocupaciones inútiles (ver Mat. 6: 25-34), de necesidades ficticias, de urgencias sin sentido.
Es una felicidad que no resulta de tener sino de compartir. Porque para Jesús «hay más felicidad en dar que en recibir» (ver Hech. 20: 35).
Señor, te pido que me enseñes a ser feliz, en la medida de lo posible, aquí.