Matutina para Adultos | Domingo 23 de noviembre de 2025 | Ustedes también

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Matutina para Adultos

«Cuando terminó de lavarles los pies […] les dijo: «¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor y dicen bien, porque lo soy. Pues, si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros»» (Juan 13: 12-14, NVI).

En el verano de 1987 tuve el privilegio de participar en un retiro espiritual con jóvenes pastores de los entonces llamados

«países del este». El encuentro tuvo lugar en nuestro colegio de Friedensau, cuando un muro todavía partía Alemania y la ciudad de Berlín en dos mitades. Mis otros tres colegas (Bailey Gillespie, John Graz e Israel Leito) sabíamos que aceptar aquella invitación era quedar políticamente fichados. Al cruzar el «telón de acero» y dejar confiscados en la frontera nuestros pasaportes, nos sentimos tratados como espías. Les resultaba sospechoso porque ¿qué venían a hacer en un país comunista, un americano, un suizo francés, un holandés de Curazao y un español residente en Francia?

Pero ¡qué privilegio fue para mí disfrutar de la convivencia con aquellos hermanos nuestros, procedentes de países cuyos nombres ya no existen, como Checoslovaquia o Yugoslavia! Aquellos pastores jóvenes eran los futuros líderes de una iglesia apenas tolerada en algunos de ellos, y con escasos contactos con el mundo adventista exterior. Para mí fue muy inspirador ver concretamente que el pueblo de Dios no tiene fronteras, y que aquellos jóvenes con los que apenas podía comunicar eran mis hermanos en Cristo, con libertades limitadas, pero quizá más fieles que muchos nacidos al otro lado del muro.

Ese viernes por la tarde tuvimos Santa Cena. En el momento del lavamiento de pies, los jóvenes a mi cargo me pasaron una jarra con agua, una palangana y una toalla, y se prepararon para que les lavase los pies. Así que, al igual que mis otros tres colegas, me ceñí la toalla, como dice el Evangelio y me puse a lavarles los pies uno tras otro. Cuando terminé, la veintena larga de mis «discípulos» regresaron a sus asientos en torno a la mesa.

—¿Y no se lavan ustedes los pies los unos a los otros? —me atreví a preguntarles más tarde a nuestros jóvenes. Su respuesta fue unánime:

—El texto dice que Jesús les lavó los pies a todos los discípulos, no que ellos se los lavasen a él, ni lo hicieran entre sí:

«Ejemplo les he dado para que, así como yo se los hice, ustedes también lo hagan» (Juan 13: 15, RVA15).

Y desde entonces pienso que el «ustedes también» de Jesús no se refiere tanto a la manera de lavarnos los pies, aunque unos a otros me parezca la forma ideal. Entiendo que el «ejemplo les he dado» se refiere e incluye todo su ministerio.

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