“Brotarán ríos de agua viva”
“El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:38).
Millones de turistas y peregrinos visitan cada año el Mar Muerto. Las Escrituras lo llaman mar Salado, mar de Arabá o mar Oriental. Probablemente los primeros en llamarlo “Muerto” fueron los griegos, en el siglo II d.C. Y no les faltó razón: su alta concentración de sal impide todo tipo de vida marina en su interior. Por si eso fuera poco, este mar no lleva sus aguas a ninguna parte; solo recibe, pero no da. Más muerto no podría estar.
Así de muerta está también la espiritualidad de quien no vive para dar, de quien detiene dentro de sí las bendiciones que cada día le concede el Señor. La fe es muerta si no se transforma en un canal de bendición, en una esfera de influencia que lleva agua de vida. ¿Será que te sientes muerto espiritualmente? ¿Tal vez percibes que tu vida espiritual es tan improductiva y está tan exánime como el Mar Muerto? Jesús hace esta maravillosa promesa: “Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:37, 38).
¿Tienes sed? Ven al Señor con fe y experimenta la vida que sobreabunda en él. Esa experiencia te cambiará por dentro, haciéndote sentir vivo y convirtiéndote en una especie de río que fluye llevando vida a otros. La vida no está en ti, está en Dios, quien obra por medio de un carácter transformado en generosidad de corazón y palabras que sanan.
De acuerdo con el profeta Ezequiel, la situación del Mar Muerto cambiará cuando el río de vida que sale de la presencia de Dios entre en sus aguas: “Estas aguas salen a la región del oriente, descienden al Arabá y entran en el mar. Y al entrar en el mar, las aguas son saneadas. Todo ser viviente que nade por dondequiera que entren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, pues serán saneadas” (Eze. 47:8, 9).
En este pasaje, el profeta está comparando al Mar Muerto con una vida espiritual muerta; sin embargo, el agua viva y cristalina que sale de Dios puede sanar nuestra mortandad espiritual y convertirnos en creyentes llenos de vida, tan solo si creemos en él, como dice la Escritura.