El Dios que salva
“Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: ‘Vosotros no sois pueblo mío’, allí serán llamados ‘hijos del Dios viviente’ ” (Romanos 9:25, 26).
El nombre “Oseas” es una abreviatura de Josué y significa “Dios salvó”. El profeta Oseas cumplió su ministerio por unos 25 años, durante un tiempo de intenso dolor nacional. Israel, el Reino del Norte, cayó en manos de los asirios. Fue derrotado y llevado en cautiverio en dos momentos diferentes.
En esa época de luto y dolor, Oseas escribe su libro. No era momento de sentir simpatía y cariño por los extranjeros, pero el profeta no habla desde sus propios sentimientos de angustia sino por la revelación del Señor. Pablo cita a Oseas para mostrar a los creyentes de Roma que el evangelio debía alcanzar a todos.
Dios le había pedido a Oseas algo extraño:
“Me dijo otra vez Jehová: ve y ama a una mujer amada de su compañero y adúltera; así ama Jehová a los hijos de Israel, aunque ellos se vuelven a dioses ajenos” (Ose. 3:1).
Dios le pide que ame a una mujer infiel, que no merece ser amada; así como él ama a un pueblo infiel, que no merece ser amado. La infidelidad de Gomer es un espejo de la infidelidad y la idolatría del pueblo para con Dios.
El primer hijo de Oseas y Gomer se llamó Jezreel, que significa “Dios esparció”. La segunda hija se llamó “Lo-Rohuama”, que significa “No compadecida”, para mostrar así el sufrimiento en el exilio. Por su parte, el tercer hijo se llamó Lo-ammi, que significa “No mi pueblo”, para mostrar que el pacto entre Dios y su pueblo estaba quebrado. Se usa el significado metafórico de los tres hijos para representar la relación matrimonial restaurada.
Antes de la restauración, Jezreel significaba: “Dios esparcirá”, pero luego significó “Sembraré”. Antes, Lo-ruhama significaba “No compadecida”, después significó: “Tendré misericordia”. Antes, Lo-ammi significaba “No pueblo mío”, pero después significó “Tú eres pueblo mío”.
Por eso, Pablo asegura que Dios llamará “Pueblo mío” al que no era su pueblo y “Amada” a la no amada, con el fin de mostrar a todos los cristianos que Dios siempre estuvo interesado en alcanzar a todos con el mensaje del evangelio. Así, esas naciones también podían ser parte del pueblo de Dios y serían llamadas “hijos del Dios viviente”.
Fue para esto que el Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre: para que todos los hijos de la humanidad, sin ninguna discriminación, sean llamados hijos de Dios. Bien decía C. S. Lewis: “El cristiano no cree que Dios nos amará porque somos buenos, sino que Dios nos hará buenos porque nos ama”.