Dios sí es bueno de verdad
“Jesús le contestó: ‘¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios’ ” (Lucas 18:19, DHH).
El encuentro de Jesús con el joven rico (lee Luc. 18:18-30) fue el escenario perfecto para que tengamos hoy un retrato de Dios que merece la pena tener en cuenta. Repasemos brevemente el suceso.
Fíjate en que el joven va a Jesús en busca de respuesta a una pregunta vital que pondera. Él es consciente de que algo no está completo en su vida, o de otra forma no estaría ahí preguntándo a Jesús: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Luc. 18:18, DHH). Sin embargo, al parecer, no estaba acostumbrado a que le dijeran la verdad de frente. Él quería que la respuesta fuera de su agrado y que lo hiciera ver bien, porque todo indica que a este joven dignatario, después de su dinero, lo que más le importaba era su reputación. Antes de formular la pregunta, trató de preparar a Jesús con palabras de encomio para que le diera una respuesta tal como él la había preconcebido. El encomio fue llamarlo “Maestro bueno”.
Jesús no aceptó ser preparado emocionalmente y le hizo pensar en lo que realmente estaba diciendo: “¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios”. Jesús no dijo que él no fuera bueno, lo que dijo es que, si alguien es digno de llevar ese calificativo, entonces esa Persona debía de ser Dios. Así que, al llamarlo “bueno”, el joven debía preguntarse si estaba dispuesto a aceptar a Jesús como Dios. Si ese era el caso, debía esperar que la respuesta fuera solamente la verdad que necesitaba escuchar.
Lo primero que Jesús le dijo fue: “Tienes que guardar los mandamientos como prueba de que te has sometido a Dios”. En este punto, el joven trató de hacerle ver que él merecía elogios por su desempeño, porque los mandamientos los guardaba desde siempre. Entonces vino lo segundo: te falta una cosa, vender todo lo que tienes, darlo a los pobres y seguirme. En este punto el joven rico no tuvo elogios para Jesús, no hubo intento de autodefensa, solo un irse triste, admitiendo que eso sí le faltaba.
Es cierto que Dios es bueno y que nos ama, pero también es cierto que su bondad nunca lo llevará a disimular nuestra realidad espiritual, nuestra necesidad de ser guiados por él a cambiar nuestra forma de vivir. Dios no es bueno por disimular nuestras faltas, sino porque, aun sabiéndolas, murió por nosotros, nos perdonó y nos ha dado una oportunidad de salvación. ¡Eso sí es bondad!