Dios recibe a todos los que creen en él
“Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerlo a su presencia. Cuando llegó, le preguntó, diciendo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. Y él dijo: ‘Señor, que reciba la vista’. Jesús le dijo: ‘Recíbela, tu fe te ha salvado’ ” (Lucas 18:40-42).
Yendo Jesús con sus discípulos camino a Jerusalén, donde sería entregado, pasaron cerca de Jericó. Sentado en el camino había un ciego mendigando (vers. 35), el cual oyó el bullicio de la multitud que seguía a Jesús y preguntó qué estaba pasando. La Biblia registra que “le dijeron que pasaba Jesús nazareno” (vers. 37). Al oír eso, el ciego comenzó a gritar. Quiero que te fijes en lo que gritó: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (vers. 38). ¿Te diste cuenta del detalle? A pesar de que la gente le había dicho que el que pasaba era Jesús de Nazaret, lo que el ciego gritó fue: “¡Jesús, Hijo de David!” Este era un título mesiánico bien conocido por todos los presentes.
¿Recuerdas lo que la gente pensaba de Nazaret? La ciudad era proverbial por la maldad de sus habitantes, hasta tal punto que se decía abiertamente: “¿Podrá salir algo bueno de Nazaret?”. Así que “nazareno” no era el mejor título que se le podía dar al Mesías prometido. Sin embargo, allí estaba aquel hombre reconociendo a Jesús como el Mesías, reconociendo el derecho de Jesús al trono de David. Aquella fue una declaración de fe en Jesús como el Salvador, el Cristo, el Rey que había sido anunciado. ¿Reconoces tú a Jesús como tu Salvador, tu Rey y el Redentor anunciado en las Escrituras?
La gente comenzó a reprender al ciego, tratándolo como si estuviera diciendo algo sin sentido; “pero él gritaba aún más fuerte: ‘¡Hijo de David, ten misericordia de mí!’ ” (vers. 39). Y ante el llamado de la fe, siempre hay Uno que escucha, sin importar los ruidos que intenten impedirlo: Jesús. El Señor se detuvo y, sin explicaciones, le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” (vers. 41). “Señor, que reciba la vista”, respondió el ciego. La orden fue dada: “Recíbela, tu fe te ha salvado”. Jesús no le preguntó si creía, pues ese era un hecho; el ciego lo había reconocido públicamente. De inmediato Jesús lo cobijó con su protección y le ofreció verdadera ayuda. Porque no hay nada que impida que el alma que acepta a Cristo como Rey y Señor reciba las bendiciones que necesita para ser vencedor.
¿Has leído bien? No hay nada que impida que recibas la bendición del Cielo, si aceptas a Cristo como tu Salvador.