Dios es generoso
“¿Quién le dio a él primero, para que sea recompensado? Pues todas las cosas son de él, por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén” (Romanos 11:35, 36).
El pasaje de hoy contiene un retrato de Dios que nos ayuda a relacionarnos con él, con los demás y con las cosas materiales, de manera más adecuada. Aquí Pablo nos dice que no hay nada que hayamos recibido de Dios que pueda ser visto como una recompensa por obras o merecimientos nuestros. Todo lo que el Señor nos da es por su gracia, por su generosidad abundante, por el amor que nos tiene, sin merecimiento alguno por nuestra parte. Dios no nos debe nada. Si de alguna manera aún conservamos la idea de que podemos hacer algo para que él se sienta en deuda con nosotros u obligado a concedernos algún favor, este pasaje debería ser suficiente para abandonarla.
Me gusta mucho la filosofía de vida cristiana que se desprende de las palabras del apóstol.
Todas las cosas son de Dios. Eso significa que Dios comparte con nosotros el uso y disfrute de todo. Pero no somos dueños de nada. Somos apenas usufructuarios y mayordomos. Con este concepto en mente hemos de relacionarnos con lo material con agradecimiento, humildad y responsabilidad, sin caer en el engaño del materialismo.
Todas las cosas existen por él, es decir, existen porque él las creó. Tendemos a sentirnos dueños de las cosas que compramos, que ganamos o que nos regalan, aun cuando no tenemos nada que ver con su existencia. Hemos de entender que, aun si se trata de algo que hemos comprado, hemos ganado o nos han regalado, Dios continúa siendo el dueño, porque él lo creó. Eso significa que no podemos dar nada a Dios que no sea suyo; lo único que tiene sentido ofrecerle es adoración y alabanza por su generosidad para con nosotros.
Todo existe para él, es decir, para que se cumpla su voluntad. La voluntad de Dios es la salvación del ser humano, para la cual estableció un plan, también fruto de su generosidad. Nuestra relación con todas las personas y los objetos que nos rodean debería estar marcada por la convicción de que el sentido de todo es la salvación del ser humano.
La parte que nos toca es aprender a relacionarnos con objetos y personas de modo tal que la gloria sea para Dios y la meta sea la salvación, tanto la nuestra como la de los demás. Así como nuestro Dios es generoso, seamos nosotros generosos.