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«Y le era necesario pasar por Samaria» (Juan 4: 4).
Como Samaria estaba entre Judea y Galilea, a Jesús le era necesario pasar por Samaria si quería seguir el camino más corto. Pero eso no era lo que hacían sus contemporáneos judíos, que preferían bordear Samaria antes que cruzar sus fronteras. Eso significa que nada le obligaba a pasar por Samaria, pero quería hacerlo, derribando así el muro de prejuicios que separaba a ambos pueblos.
Nuestro mundo está lleno de fronteras, barreras y muros de separación.
Recuerdo la euforia con la que millones de europeos celebramos la caída del muro de Berlín aquel histórico 9 de noviembre de 1989. De sus ruinas todavía conservo un pedazo, recogido allí mismo poco después. Un muro que había separado durante decenios de guerra fría la Alemania Oriental de la llamada «Alemania libre».
La caída de ese muro supuso para muchos el cambio del curso de su historia. Marcó el final de un orden mundial basado en el contrapeso de dos bloques político-económicos antagónicos, separados por un «telón de acero», y dio paso al complejo «equilibrio» (o desequilibrio) de poderes en el que vivimos desde entonces. Porque los grandes problemas del mundo no quedaron resueltos con la mera caída del muro.
Con el mismo fin de defender intereses, de aislar y separar, muchos otros muros han sido erigidos en nuestro complejo mundo, desde la antigua Gran Muralla China, hasta el reciente muro que Israel sigue construyendo para delimitar los territorios palestinos, o los que otras potencias justifican para defenderse de presuntas invasiones frente a los millones de emigrantes, expatriados, refugiados o exiliados de nuestros tiempos.
Derribado el Muro de Berlín, surgieron otros. Y siguen reforzándose muros, fronteras y barreras de todo tipo: de amenazas, de injusticias, de intereses, de prejuicios, de pobreza, de racismo, de miedo, de silencio.
Jesús no se sintió encerrado por los muros de prejuicios de su entorno. Al cruzar la frontera de Samaria empezó a extender el reino de Dios fuera de los territorios de Israel y a reclutar para su proyecto a colaboradores no judíos, empezando por una mujer: la primera persona misionera cristiana de la historia (ver Juan 4: 28-42).
Su gran proyecto para la humanidad incluye la importante tarea de unir a todos los pueblos, «derribando la pared intermedia de separación» (Efe. 2: 14) con la que los seres humanos nos aislamos por nacionalidades, lenguas, etnias, géneros y un largo etcétera.
Señor, derriba en mi propia mente y corazón cualquier muro que me separe de ti o de mis semejantes.