“Los de limpio corazón verán a Dios”
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios” (Mateo 5:8).
En el Salmo 17, una plegaria en la que David pide protección, el rey exclamó: “Señor, oye mi justo ruego; escucha mi clamor; presta oído a mi oración, pues no sale de labios engañosos” (vers. 1, NVI). Pero ¿no se supone que toda oración debería ser el clamor de corazones y labios sinceros? En 1892, Elena de White ofreció una de las más hermosas definiciones de lo que es la oración cuando dijo: “Orar es el acto de abrirle nuestro corazón a Dios como a un amigo” (El camino a Cristo, p. 92). Me parece oportuno compartir aquí lo dicho por Henri Nouwen: “Orar es andar a la plena luz de Dios, y decir sencillamente, sin tapujos: ‘Soy humano y tú eres Dios’ ”.⁸⁵
Sin embargo, aunque la oración debería ser un ejercicio de sinceridad de principio a fin, Jesús nos advierte: “Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres” (Mat. 6:5). Aquí vemos el infernal intento de combinar oración e hipocresía. En aquellos tiempos, la palabra griega hypokritēs se usaba para identificar a un actor, “a alguien que finge ser diferente de lo que realmente es”.⁸⁶ Hay momentos en que nuestra oración no refleja el anhelo del alma; en que nos inclinamos ante Dios fingiendo ser lo que no somos para ser escuchados por otros oídos aparte de los de Dios.
Una oración hipócrita está llena de palabras grandilocuentes y altisonantes porque solo procura la aceptación y la admiración de nuestros correligionarios; es la voz de uno que pretende aparecer delante de los hombres con un disfraz de espiritualidad, pero resulta obvio que son palabras vacías las que salen de una boca y un corazón corrompidos.
Jesús nos recuerda que no debemos ser así. Al orar hemos de presentarnos delante de nuestro Padre como lo que realmente somos: amigos de Dios que se reconocen pecadores. Al acudir a Cristo en oración hemos de hacerlo “con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura” (Heb. 10:22). Si oramos así, con la sinceridad que conlleva hablar con un amigo, disfrutaremos del cumplimiento de esta promesa:
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque verán a Dios” (Mat. 5:8). Y esos son los que acuden delante del Padre para decirle: “¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio!” (Sal. 51:10).
85 Philip Yancey, Prayer: Does It Make Any Difference? (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan, 2006), p. 34.
86 Johannes P. Louw y Eugene A. Nida, Greek-English lexicon of the New Testament: Based on Semantic Domains (