Matutina para Adultos | Jueves 27 de Marzo de 2025 | Un abeto rescatado

Matutina para Adultos | Jueves 27 de Marzo de 2025 | Un abeto rescatado

Un abeto rescatado

«Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella y la abone» (Lucas 13: 8).

Se acercaba la Navidad. Ya habían caído las primeras nieves y todo cobraba el típico aspecto de la estación navideña por aquellas tierras entre Francia y Suiza. Vivíamos cerca de un bosque en el que abundaban los abetos y, como pasábamos nuestras vacaciones de fin de año en España, no sentíamos la necesidad de tener ningún árbol de Navidad en casa.

Sin embargo, como todos sus amiguitos y vecinos tenían un árbol lleno de adornos y regalos, nuestro hijo más pequeño, que entonces tenía cuatro años, se empeñó en que él también quería tener uno. Intentamos hacerle comprender que los árboles son más felices en el bosque, y que si metíamos uno en casa se iba a quedar solo durante nuestra ausencia, pero él insistía en que quería tener un árbol que fuera suyo. Así que un día, pasando junto a un vendedor de árboles cortados, se empeñó en que le comprásemos el más pequeño que había, que era más o menos de su talla. Nos lo llevamos a casa y, con sus hermanos mayores, lo adornaron a su gusto. Allí se quedó, plantado en su maceta, todas las fiestas.

Como era de esperar, a nuestro regreso el árbol estaba ya empezando a perder sus hojas. Me dispuse a llevármelo para tirarlo al contenedor de la basura orgánica. Pero el niño se aferró a su árbol y no había manera de soltarlo.

«Este árbol es mío. No se ha muerto. Está vivo. Yo no quiero que se muera. Déjalo aquí. Yo quiero mucho a mi árbol».

Después de mucho insistir conseguimos el trato siguiente: plantaríamos el árbol en el jardín para que pudiera recibir pájaros y ardillas, y su pequeño dueño lo vería siempre que quisiera desde su ventana. Sin hacer ningún hoyo, clavé todo lo hondo que pude el árbol en la tierra, cubierta ya por casi medio metro de nieve, y allí se quedó todo el invierno.

¡Oh sorpresa! Cuando se fueron las nieves y volvimos a acordarnos del árbol, estaba en medio del césped, con unos minúsculos brotes de hojas verdes en las puntas de sus ramas peladas. Y allí sigue, después de tantos años, convertido en un hermoso abeto.

Señor, gracias por darme hoy una oportunidad más para revitalizar mi ser, llenarme de la savia de tu Espíritu, y hacerme florecer.

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