Matutina para Adultos | Jueves 27 de noviembre de 2025 | Si el grano no muere …

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Matutina para Adultos

«De cierto, de cierto les digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, se queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12: 24, RVC).

Frente a las esperanzas que los discípulos albergaban, como tantos otros judíos, de que por fin un Mesías glorioso derrotase a los enemigos del pueblo de Israel, Jesús los sorprende reiterando la necesidad absoluta de su muerte para llevar a cabo su misión como Salvador del mundo. Porque el objetivo de su misión no era dominar este planeta sino transformar a sus moradores para hacerlos súbditos libres del reino de Dios.

La imagen que Jesús escoge para ilustrar su sacrificio redentor es tan sencilla como profunda. Para que un grano de trigo produzca el fruto esperado, debe caer en tierra y «morir», de modo que el germen de vida que encierra se nutra de los jugos del suelo y de su «muerte» surja vida.

Pablo de Tarso lo explica también en términos similares: «Lo que tú siembras no vuelve a la vida si no muere antes» (1

Cor. 15: 36). La obra salvadora del ministerio de Cristo, el que de su muerte pueda surgir vida para muchos, es para nosotros un misterio aún más difícil de entender que el que transforma año tras año las semillas aparentemente muertas en fascinantes plantas, flores y frutos.

Bajo los surcos de la tierra, donde nadie lo ve, el trigo germina y va llenando los campos de promesas de espigas. Debajo de su ruda corteza, los sarmientos transportan la savia de la vid y van preparando los futuros racimos.

«Morir» en la tierra es la extraña condición para que cualquier semilla lleve fruto. Si se guarda sin plantar, puede que se conserve cierto tiempo, pero queda sola.

Si Jesús no hubiese entregado su vida para la salvación del mundo, habría dejado sin duda un hermoso legado de grandes verdades religiosas y morales, y quizá todavía siguiese teniendo admiradores. Pero hubiese quedado «solo» como un gran maestro. Es el don sin reserva de su vida lo que nos da vida. Es la paradójica entrega de su persona entera la que nos permite pasar, a los pobres mortales, de muerte a vida, y asumir con esperanza nuestra propia mortalidad (ver Juan 3:

16).

Señor, aunque no comprenda la magnitud de tu sacrificio, ni los increíbles frutos de vida esperados del milagro de tu amor, quiero acogerme a él para que me des vida hoy y siempre.

Y que mi gratitud por tu entrega me impulse a compartir mi esperanza de vida eterna con quienes sufren ante el enigma de la muerte.

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