Dios está contigo
“No temas ni desmayes, porque Jehová, tu Dios, estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9).
El Dios que conoce nuestro corazón sabe cuánto daño nos causa el temor. Sabe que el miedo nos paraliza, nos impide avanzar, no nos permite creer ni apoyarnos en las promesas divinas. El temor hace que veamos todos los caminos cerrados.
Detrás de muchos errores cometidos se encuentra el temor. Sin duda es por eso que la Palabra de Dios insiste en este mensaje: “No temas, porque yo estoy contigo”, “no desmayes, porque yo soy tu Dios” (Isa. 41:10). Lo interesante de este mensaje divino es que, dondequiera que aparece, va acompañado de la seguridad de la presencia de Dios con nosotros.
La razón que se nos da para no temer no es que todo saldrá bien, no es que nuestras finanzas se arreglarán, nuestra salud mejorará o nuestro matrimonio permanecerá feliz. Lo que Dios nos dice es: “Yo soy tu Dios; siempre estaré contigo, siempre te sustentaré, te acompañaré todos los días de tu vida, hasta el fin del mundo, porque soy tu amparo y fortaleza, tu pronto auxilio en las tribulaciones; soy tu pastor y nada te faltará”.
La Biblia muestra cómo los héroes y las heroínas de Dios lograron avanzar a pesar de sus temores. Abraham, por ejemplo, tuvo temor de sacrificar a su hijo Isaac, pero confió en el Dios que provee y fue hecho padre de los creyentes. Moisés tenía temor de ir a Egipto a cumplir la misión que el Señor le estaba encomendando, pero confió en el gran Yo soy y guio al pueblo a la libertad. Salomón sentía temor de no saber entrar ni salir, pero confió en el Dios de su padre y recibió de él sabiduría e inteligencia. Isaías sintió temor de haber visto a Dios debido a su maldad, pero confió en el perdón divino y fue hecho profeta de Jehová. María sintió temor de la criatura que estaba en su vientre, pero recibió el mensaje de que había sido escogida, lo creyó y fue la madre del Salvador. El mismo Jesús tuvo miedo de morir en la cruz, pero puso siempre primero la voluntad de su Padre y estuvo dispuesto a pagar el precio de la muerte, que trajo la salvación a toda la raza humana.
Ojalá hoy y siempre podamos decir, como el salmista: “Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza” (Sal. 56:3, NVI). Porque si así lo hacemos, veremos más a menudo la gloria de Dios obrando en nuestras vidas.