El Dios que nos da lo necesario
“Los que buscan al Señor no carecerán de ningún bien” (Salmo 34:10).
Cuando David dedicó tiempo a contemplar la forma en que Dios había guiado su vida, dio testimonio de que nada les falta a los que temen a Dios (lee Salmo 34:9). No eran solo palabras; esta declaración incluía una vivencia personal.
En su condición de fugitivo perseguido, era común para David pasar por momentos de escasez y necesidad. En una de esas ocasiones, lo único que encontró para calmar el hambre fueron los panes sagrados, y el sacerdote le permitió comerlos. En otra ocasión, se humilló ante un hombre bruto y endurecido llamado Nabal, para solicitarle alimentos para él y sus hombres. Así que, no siempre fue fácil para David disponer de alimentos para alimentarse. Pero una cosa queda clara en el Salmo 34 y es que el alimento nunca le faltó. Con razón él mismo escribió: “Joven fui y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni a sus hijos mendigar el pan” (Sal. 37:25).
Saber que Dios provee lo necesario para sus hijos representa una marcada diferencia entre la persona que es creyente de verdad y aquellos que no conocen a Dios o que tal vez de oídas lo conocen, pero no han experimentado la fe y la confianza en él. Cuando reconocemos que Dios es nuestro proveedor y sustentador, nos queda claro que no somos el centro del universo. La realidad es que todo se lo debemos a la gracia de Dios, quien nos proporciona todas las cosas. Por tanto, la clave para saber vivir no está en lo que hacemos o tenemos, sino en entender y aceptar que dependemos de Dios para todo. Entonces nos aseguraremos de estar conectados con él.
Las Escrituras dicen que “los que buscan al Señor no carecerán de ningún bien” (Sal. 34:10). Y la sierva del Señor declaró: “Nuestra vida está en las manos de Dios. Él ve los peligros que nos amenazan que nosotros ni sospechamos. Es el origen de todas nuestras bendiciones, la fuente de todas las bondades que recibimos, el regulador de todas nuestras experiencias” (En los lugares celestiales, p. 266).
Dios nos concede sus bendiciones para que nos lleven a reconocerlo como el Señor de nuestras vidas. Las provisiones de Dios son pruebas de su amor y bondad, y así deberíamos recibirlas. No llegan a nuestras vidas para hacernos sentir superiores ni para convertirse en sí mismas en un fin. Siempre el Proveedor será más grande que la provisión.