Dios nos amó para que nos amemos
“Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros” (Juan 13:34, DHH).
En Cartas del diablo a su sobrino, C. S. Lewis pone en boca del enemigo de Dios y de las almas estas palabras a modo de instrucción para un demonio novato: “Es frecuente que, cuando dos seres humanos han convivido durante muchos años, cada uno tenga tonos de voz o gestos que al otro le resulten insufriblemente irritantes. Explota eso. Haz que tu paciente sea muy consciente de esa forma particular de levantar las cejas que tiene su madre, que aprendió a detestar desde la infancia, y déjale que piense lo mucho que le desagrada. Déjale suponer que ella sabe lo molesto que resulta ese gesto, y que lo hace para fastidiarle. […] Por supuesto, nunca le dejes sospechar que también él tiene tonos de voz y miradas que molestan a su madre de forma semejante” (Carta III, p. 25). Lo que está diciendo Lewis es que el diablo es consciente de que las relaciones interpersonales son un terreno fértil para causar problemas incluso entre aquellos que son creyentes y que quieren vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
Dios, consciente de este desafío que tenemos, ha hecho planes para que lo enfrentemos y venzamos. En el texto de hoy, Cristo dice que está dando un mandamiento nuevo, cuando de hecho el mandamiento de amar al prójimo estaba incluido en la Ley: “Ama a tu prójimo, que es como tú mismo. Yo soy el Señor” (Lev. 19:18, DHH). Es claro que lo nuevo en la presentación que Cristo hace de esta ley es lo relativo a la forma en que debe amarse al prójimo. El énfasis nuevo de Cristo es que el amor de él por nosotros debe ser el modelo para el amor entre nosotros.
De esta manera, Dios se revela como el que promueve entre sus hijos la convivencia basada en el amor. Para Cristo, esta debe ser una característica distintiva de la comunidad de creyentes, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un estado perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:13). Cuando ese día llegue, el diablo no podrá valerse de nuestro tono de voz, de nuestros gestos, de nuestras miradas ni de la forma en que arqueamos las cejas, para crear situaciones engorrosas entre nosotros, porque el amor de Cristo en nosotros y entre nosotros, habrá triunfado por la eternidad.