¡Qué burro!
“Por esta causa yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles […]. Seguramente habéis oído de la administración de la gracia de Dios que me fue dada para con vosotros” (Efesios 3:1, 2).
En Efesios 3, se destacan siete ideas:
1-Credencial. Pablo se presenta como prisionero de Cristo, por amor de sus hijos en la fe.
2-Misterio. Es un misterio cómo los gentiles, que vivían lejos de Dios, pueden participar y disfrutar de las bendiciones del evangelio de Cristo.
3-Privilegio. A Pablo, que se considera el más pequeño de todos los santos, se dio la gracia de predicar a los gentiles el evangelio de las insondables riquezas de Cristo.
4-Libertad. En Cristo, tenemos acceso a Dios con confianza.
5-Fortalecidos. En Cristo, somos enraizados en el más puro amor del Padre.
6-Propósito. Dios habita en nosotros para que podamos comprender cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor del Padre, y conocer el amor de Cristo, que excede todo entendimiento, y para que quedemos llenos de toda la plenitud de Dios.
7-Poder. Dios es suficientemente poderoso para hacer infinitamente más que todo lo que pedimos o pensamos, conforme a su poder que opera en nosotros.
Una parábola cuenta que el burrito que cargó a Jesús reunió a toda la familia y les dijo: “Desde ahora no pueden tratarme como a cualquier burro”. Su madre pidió que aclarará un poco más. Y él dijo: “Yo estaba descendiendo a la ciudad, y las personas tomaron palmeras y cantaban cuando yo pasaba. Fue una gran fiesta; el pueblo todo reconoció quién soy yo, y ustedes no me dan el valor que tengo”.
La familia, dándose cuenta de lo ocurrido, le propuso al burro entrar de nuevo en la ciudad. Contento, el burro así lo hizo. Esta vez, sin Jesús, fue recibido sin ningún honor y hasta lo golpearon para que se fuera.
Pablo estaba escondido en Cristo. Él no era el centro del evangelio. El centro era Cristo. Es maravilloso servir y adorar a un Dios que nos ofrece la salvación; que transforma nuestro interior y, antes de esperar un cambio de vida, nos capacita con su poder y su gracia.
“Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza; tu ignorancia, a su sabiduría; tu fragilidad, a su eterno poder. Así que, no has de mirar a ti mismo ni depender de ti, sino mirar a Cristo […]. Amándolo, imitándolo, dependiendo enteramente de él, es como serás transformado a su semejanza” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 70).