
Como niños
«Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mateo 18: 3, NVI).
Resulta paradójico que, hablando de crecimiento espiritual, Jesús afirme que tenemos que «volvernos como niños». Madurar espiritualmente, ¿no sería justo lo contrario? Los discípulos acababan de manifestarle su curiosidad por saber quién era «el mayor en el reino de los cielos» (Mat. 18: 1-2), es decir, quien era más digno de ser honrado por encima de otros en el reino glorioso del Mesías, que Israel esperaba.
Jesús les responde que refugiarse en la actitud de que merecemos recibir mayor honra que otros no nos ayuda a crecer y, por lo tanto, nos descalifica como súbditos del reino de Dios en esta tierra donde, de momento, solo somos discípulos. Para crecer espiritualmente hace falta sentir la necesidad de aprender, es decir, de sentirse pequeño.
Jesús nos pide «volver a ser como niños» porque con la edad a menudo perdemos algunas de las buenas cualidades que tuvimos en la infancia. El niño no suele ambicionar honores y entiende poco de privilegios por dignidad o cargos. El niño tiene conciencia de su pequeñez, de su dependencia y de su debilidad.
Por lo general, las primeras ideas que nos vienen a la mente cuando pensamos en las actitudes de los niños son: inocencia, sencillez de corazón, sinceridad o disposición a creer. A menos que esté ya maleado, el niño suele ser espontáneo, humilde, sincero y no conoce la doblez.
Pero, realmente, las dos características de la infancia más destacadas, indiscutibles e irrefutables son: el deseo constante de crecer («tengo siete años y medio, pero pronto voy a cumplir ocho») y la curiosidad por descubrir el mundo. La niñez es el periodo de la vida en el que se crece y se aprende más y con mayor rapidez. Jesús nos pide que retengamos de la infancia la voluntad de crecer (espiritualmente) y las ganas de aprender.
Se diría que, para Jesús, al revés que para el resto del mundo, madurar es, en cierto sentido, ser cada vez más joven, más niño. Estar menos deformado por el paso del tiempo. Volver a ser párvulos en malicia, capaces de creer plenamente en Dios y de atrevernos a buscar respuestas a las preguntas que realmente importan.
Señor, ayúdame a recuperar lo bueno que he perdido de mi infancia y a seguir creciendo gracias a ti.