
«Así que, no [se angustien] por el día de mañana» (Mateo 6: 34).
En estos tiempos angustiados del fin, para mí este es uno de los consejos de Jesús más difíciles de seguir.
Estas palabras van sin duda más en serio que aquella canción de Bobby McFerrin que no dejábamos de oír por todas partes hace unas décadas: «Don’t Worry, Be Happy» (No te preocupes, sé feliz). Por mucho que fuera la primera canción a capela en llegar al número uno en la lista de los Billboard Hot 100 en los Estados Unidos, y por mucho que mantuviera esa posición varias semanas, ¿cómo no vamos a preocuparnos por el día de mañana en un mundo como el nuestro?
¿Cómo no angustiarnos por el día de mañana si los análisis médicos son preocupantes, si el trabajo es inseguro o si las finanzas no nos llegan para terminar el mes?
Veamos. Una cosa es preocuparnos —y creo que como cristianos responsables debemos ocuparnos seriamente de nuestro futuro y del de nuestra familia— y otra cosa es angustiarnos. Jesús da por sentado que antes de lanzarnos a un proyecto debemos calcular el costo y no emprender aquello que no podemos asumir: «¿Quién de ustedes que quiera levantar una torre, no se sienta primero a calcular los costos, para ver si tiene todo lo que necesita para terminarla? No sea que después de haber puesto los cimientos, se dé cuenta de que no puede terminarla, y todos los que lo sepan comiencen a burlarse de él y digan: «Este hombre comenzó a construir, y no pudo terminar»» (Luc. 14: 28-30, RVC).
Angustiarnos es otra cosa. Angustiarnos es dejar que el miedo nos domine. Es perder la serenidad y la confianza en un Dios que promete estar siempre a nuestro lado. La angustia es como esa bola de nieve que, cuando vivíamos cerca de los Alpes, algunos niños lanzaban a la deriva, y que, si no se detenía a tiempo, cada vez se hacía más grande y era capaz de enterrarnos en una avalancha. Para detenerla al principio bastaba pararla con el pie, pero si se la dejaba crecer y tomar velocidad podía ser incalculablemente destructiva.
Pablo nos dice casi lo mismo en otras palabras: «No se angustien por nada; más bien, oren; pídanle a Dios en toda ocasión y denle gracias. Y la paz de Dios, esa paz que nadie puede comprender, cuidará sus corazones y pensamientos en Cristo» (Fil. 4: 6-7, NBV).
Señor, en estos tiempos de angustia, dame tu paz. Muéstrame cómo puedo superar los desafíos que tengo que enfrentar hoy y ayúdame a irradiar esa serenidad en mi entorno inmediato.

