El Dios de la victoria total
“Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).
La razón por la que Cristo, siendo Dios, se hizo humano, es porque nosotros somos humanos, y es su intención salvarnos. Esto nos permite ver claramente el valor que Dios nos atribuye. Nuestra dignidad y nuestra estima deben fundamentarse en el inmenso amor que Dios siente por nosotros y en el gran valor que sabemos que nos atribuye, pues no solo nos creó a su imagen, sino además decidió participar de nuestra misma naturaleza y finalmente dar su vida por nosotros, es decir, experimentar la muerte como ser humano.
Cristo vino a esta Tierra y se hizo uno como nosotros para destruir a los dos grandes enemigos de la humanidad: la muerte y Satanás. Estos dos enemigos siempre están uno al lado del otro, creando así “el imperio de la muerte”, del cual Satanás es el emperador y la muerte misma su principal agente destructor. Tanto Satanás como la muerte mantienen a los seres humanos esclavizados en el temor, no nos permiten disfrutar a plenitud de nuestra vida aquí e intentan robarnos toda esperanza para el futuro. Pero Dios vino a este mundo y enfrentó a la muerte y a Satanás tomando nuestro lugar.
A la muerte la venció, muriendo la peor muerte y luego resucitando al tercer día, para dejar en claro para siempre que la muerte no lo puede sujetar ni a él ni a los que están con él. A partir de la resurrección de Cristo ya la muerte no puede esclavizar en el temor a los que están con Cristo, no puede robarles su gozo ahora ni su esperanza de futuro, pues los que creen en Cristo, aunque mueran, volverán a vivir, como él lo hizo.
A Satanás lo derrotó también nuestro Dios en la Cruz del Calvario, donde quedó desenmascarado como el impostor, mentiroso y homicida que ha sido desde el principio. Jesús reveló todo el malévolo plan de Satanás con respecto a los seres humanos y nos aseguró una vía de escape para salvarnos, al pagar la deuda que teníamos con la Ley de Dios debido al pecado al cual nos había llevado Satanás. Ahora ya no tenemos que servir a ese emperador derrotado. Y como ya su principal amenaza, que era la muerte, fue también derrotada, todos nosotros somos libres en Cristo Jesús. ¡Gloria a Dios!