Faltantes por abundantes
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).
Pablo presenta el evangelio por medio de contrastes: un precioso tesoro colocado en vasos de barro, tan frágiles como lo son nuestras vidas. Veamos algunos de ellos.
Tinieblas y luz. En el principio, en medio de la oscuridad, Dios creó la luz con el poder de su Palabra. Luego, cuando las tinieblas espirituales cubrían la Tierra, recibimos a Jesús, la Luz del mundo.
Barro y tesoro. Las vasijas hechas de barro eran frágiles, de corta duración y de poco valor. Pero el tesoro del evangelio es permanente, relevante y eterno. El plan de Dios fue que el tan insignificante vaso llevara ese evangelio tan inconmensurable.
Muerte y vida. Nuestro cuerpo tiene las marcas del pecado. Desde que nacemos comenzamos a morir, pero el Señor vino para disponer, por su gracia recibida por la fe, vida presente y eterna.
Hombre exterior y hombre interior.El cuerpo se va desgastando con el paso y el peso del tiempo. Ahora bien, el interior se renueva día a día en las promesas de Dios. La aflicción es leve y momentánea, la gloria es excelente y eterna.
Visible e invisible. Las cosas que se ven son limitadas, perecederas, con fecha de vencimiento y temporales. En tanto, las que no se ven son ilimitadas, imperecederas, sin caducidad y para siempre.
La buena noticia del evangelio es que el tesoro le ganó al barro, la luz venció a las tinieblas, la vida se impone sobre la muerte y el hombre interior se proyecta por encima del hombre exterior. Lo invisible tiene trascendencia y relevancia por encima de lo visible, ya que lo temporal acaba, pero lo eterno permanece.
Un niño de unos once años llamó a nuestra casa aquella tarde. Salí para atenderlo y me pidió agua. Pensé que era para tomar, pero en realidad quería agua para limpiar los vidrios de los autos en la esquina y transformar su trabajo en monedas para comprar comida y remedios para su madre y sus hermanitas. Fui dándole todo lo que necesitaba, que en realidad era más que el agua. Tampoco tenía balde, ni jabón, ni cepillo… Le faltaba todo. Nunca olvidé aquella carita sucia y esos ojitos tristes.
Cuántos como él caminan por la vida sufriendo sus faltantes: de trabajo, de salud, de familia, de perdón, de fe y esperanza… En breve Dios transformará los faltantes del pecado en los dones abundantes de la eternidad, los cuales puedes apropiarte desde ahora. Para ti y para compartir. Camina no con los ojos puestos en el suelo, sino con la vista puesta en el cielo.