Dios oye tu voz
“Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas” (Salmo 116:1).
Conozco a alguien con quien a muchas personas les gusta pasar tiempo y conversar. Sobre todo, he notado que lo buscan para contarle situaciones de sus vidas que no tendrían confianza para contarle a cualquiera. Tras haberme fijado bien en la forma de ser de esta persona, creo que la razón de que sea tan buscada es porque tiene el buen hábito de saber escuchar, así como la habilidad de hacer que los demás sientan que está atento a lo que le dicen. ¿Sabes tú escuchar? ¿Cuentas con personas a tu alrededor que estén bien atentas cuando les hablas? Este es un hábito tan escaso y necesario, que la misma Biblia nos aconseja: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar” (Sant. 1:19).
Hace tiempo que los expertos en comunicación efectiva han comprobado que las personas que desarrollan el buen hábito de escuchar con atención a los demás tendrán siempre sus agendas llenas. ¡Todo el mundo necesita encontrar un oído atento! Precisamente el salmista expresa esta idea al hacernos saber que una de las razones por las que ama a Dios es porque sabe que lo escucha cuando le habla y que presta atención a sus ruegos. Y el salmista no es un caso aislado en la Biblia; personajes que desarrollaron una relación profunda con Dios creían que Dios los escuchaba. ¿Cómo lo sabemos? Observando las oraciones que hacían. Hay que creer que Dios escucha para interceder ante él como intercedió Abraham por Sodoma y Gomorra, o como Ezequiel cuando le pidió que detuviera la puesta del sol, o como Daniel cuando le pidió recibir más sabiduría para entender la profecía. Al igual que sucedía con los grandes hombres y mujeres de la fe, “esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14, 15).
Uno de los atributos divinos que más disfrutamos es su disposición y capacidad para escuchar atentamente el ruego de personas como tú y como yo. Esto nos ayuda a percibir que nuestro Dios está y se siente cerca; esto nos da esperanza de que vendrá en nuestro auxilio; y también nos hace decir con el salmista: “Yo amo a Jehová”. Porque de mañana oye mi voz y por eso de mañana me presentaré delante de él y esperaré (ver Sal. 5:3).