Matutina para Adultos | Lunes 21 de julio de 2025 | Compasión versus violencia

Matutina para Adultos | Lunes 21 de julio de 2025 | Compasión versus violencia

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Matutina para Adultos

«Cuando los que estaban con él se dieron cuenta de lo que pasaba, le dijeron: «Señor, ¿echamos mano a la espada?». Uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús les dijo: «¡Basta! ¡Déjenlos!». Tocó entonces la oreja de aquel hombre, y lo sanó»

(Lucas 22: 49-51, RVC).

Para defender a Jesús de sus captores, uno de sus discípulos desenvaina su espada y hiere en la oreja a un esbirro del sumo sacerdote. Lucas, el médico, precisa que se trata de la oreja derecha: quizá el golpe tenía la intención de ir al cuello y cercenar la cabeza.

Aunque los tres primeros Evangelios callan por prudencia el nombre del torpe agresor, Juan (18: 10) nos revela que se trata de Pedro. Sin duda se atreve a nombrarlo porque entonces ya no existía el sanedrín y, además, al haber muerto el agresor (ver Juan 21: 19), ya no era peligroso identificarlo. Curiosamente, nos revela también la identidad del herido, precisando que se llamaba Malco. Es interesante observar que no lo menciona como un mero adversario anónimo, sino como un ser humano único e irrepetible, como todos, por muy hostilmente que hubiese actuado.

En sus palabras de repulsa a Pedro, Jesús condena de la manera más severa el uso de las armas, tanto como medio de ataque como de defensa. Hacer de su declaración «todos los que tomaren espada a espada perecerán» (ver Mat. 26: 52) un argumento para justificar la pena de muerte, o la llamada «guerra justa», sería una grave falta de respeto a la intención del texto, cuando este expresa, al contrario, una rotunda condena de la violencia.

Jesús no solo rechaza categóricamente la agresión como medio de defenderle, sino que además atiende al herido y restituye su integridad física. Esta curación no solo era de enorme importancia para la causa del Nazareno, gravemente comprometida por la acción imprudente de su discípulo; también testifica de la autenticidad del milagro. Porque si esa herida no hubiese sido sanada no se comprendería que los enemigos de Jesús no se hubiesen servido de ella como de un motivo suficiente —agresión armada contra la autoridad— para condenarlo ante las autoridades, a él y a su discípulo.

Con ello Jesús nos deja un ejemplo admirable que nos debería llevar a extender nuestro servicio en favor del prójimo incluso a quienes se consideran nuestros enemigos o actúan como tales. Para el cristiano cualquier herido, cualquier enfermo, es un ser humano que necesita ayuda. Nuestro deber, como seguidores de Jesús, es atenderlo lo mejor posible, es decir, como desearíamos ser atendidos nosotros mismos (ver Mar. 12: 31).

Esto también va para mí.

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