Nuestro abogado
“Si alguno ha pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo” (1 Juan 2:1).
¿Qué es lo que Dios quiere revelarnos de sí mismo cuando se identifica como nuestro abogado? Como sabemos, cuando se habla de la necesidad de un abogado es porque alguien ha violado la ley; y el juicio que se celebra contra esa persona implica argumentos, acusaciones y una sentencia.
Dios no quiere que perdamos de vista varios hechos sobre el cristianismo: 1) implica el conocimiento y la obediencia de ciertas leyes; 2) implica la existencia de poderes espirituales interesados en que desobedezcamos, para así poder acusarnos e intentar que seamos sentenciados a morir para siempre (esta es la figura del fiscal); 3) Dios no quiere que olvidemos que estará a nuestro lado, para defendernos en todo momento usando su poder a nuestro favor, de tal manera que la sentencia no sea una condena en nuestra contra, sino una absolución porque alguien nos justifica.
El retrato de Dios como nuestro abogado nos habla de alguien que viene a estar con nosotros en el momento de verdadera necesidad. Alguien que nos ve en la desgracia y no solo se lamenta o nos hace saber sus buenos deseos, sino además de inmediato hace todo cuanto puede para ayudarnos a salir de la situación. Dios, nuestro Abogado, es quien nos acompaña a lo largo de todo el proceso de la salvación, no para condenarnos, sino para conseguir para nosotros el perdón, la absolución y la libertad.
Lo mejor de nuestro abogado es que él es “el justo”. No se trata de que él es justo; es más que eso: es “el Justo”. Esto significa que no pierde ningún caso, porque siempre representa la justicia, siempre responde con apego a lo que exige la ley. Él siempre cumple los requisitos de la ley y por eso los casos que están en sus manos tienen asegurada la victoria en el juicio.
La imagen de Dios como nuestro Abogado no tiene nada que ver con miedo o inseguridad acerca de lo que pasará en el juicio en el que él nos representa. Al contrario: Dios se presenta como nuestro abogado para que desde ya estemos seguros de que seremos declarados inocentes y absueltos debido a su defensa. Para los hijos de Dios, el juicio no es para condena sino para justificación; porque, aunque hemos fallado, el abogado que tenemos para con el Padre es Jesucristo, el Justo.