“Mi presencia te acompañará”
“Jehová le dijo: ‘Mi presencia te acompañará y te daré descanso’. Moisés respondió: ‘Si tu presencia no ha de acompañarme, no nos saques de aquí’ ” (Éxodo 33:14, 15).
En sus Meditaciones, Franz Kafka escribió: “Todos los fallos humanos son impaciencia, una prematura interrupción de lo metódico, una aparente clasificación de la cosa aparente”.²⁰² Si un grupo ha cumplido al pie de la letra lo dicho por Kafka, estos fueron los israelitas que se asentaron en la falda del monte Sinaí.
Cuando el pueblo comenzó a sentir “que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón y le dijeron: ‘Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque a Moisés, ese hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido’ ” (Éxo. 32:1, 2). Impacientes por la ausencia de Moisés, el pueblo cayó en un terrible acto idolátrico declarando al becerro de oro como el dios que los había sacado de Egipto. Tras una gran discusión entre el Señor y Moisés, el pueblo fue perdonado y se le permitió continuar su viaje a Canaán.
Después de ese terrible acontecimiento, Moisés le preguntó al Señor quién lo acompañaría durante el largo viaje hacia la tierra prometida; entonces “Jehová le dijo: ‘Mi presencia te acompañará y te daré descanso’. Moisés respondió: ‘Si tu presencia no ha de acompañarme, no nos saques de aquí’ ” (Éxo. 33:14, 15). Lo que Dios le está diciendo es: “Yo mismo iré contigo”. El pueblo quería que un becerro de oro los acompañara; sin embargo, Dios pasa por alto la impaciencia del pueblo y decide no solo acompañarlos, sino ir delante de ellos como el Dios que, como dice literalmente Éxodo 34:7, “carga el pecado” de su pueblo. El Señor no va como un simple espectador; va como el compañero que hará que el viaje sea más liviano para su pueblo.
Quizá como Israel, algunos de nosotros queremos un dios visible, uno que se parezca a lo que tenemos en las manos, un becerro de oro al que podemos atribuirle nuestros éxitos. Sin embargo, lo que realmente necesitamos es creer que Dios nos ha dicho: “Mi presencia te acompañará”.
Esa Presencia invisible a los ojos, silenciosa a los oídos, pero que se siente en el alma; esa Presencia que llena nuestros espacios vacíos, que nos habla cuando todas las voces se callan; esa Presencia que toma tu carga y aligera tu viaje.
202 Cartas al padre, Meditaciones y otras obras (Madrid: Edimat Libros, 2005), p. 107.
Amén, gracias por compartir
Su presencia siempre irá al frente nuestro
Gracias por tan agradable información. de mucha utilidad en nuestras vidas y para poder compartir. amen