Un Dios de orden y libertad
“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).
“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Estas palabras fueron la respuesta de Jesús a una pregunta formulada para tenderle una trampa. “Los fariseos” querían que Jesús opinara sobre el pago de los impuestos a Roma para “sorprenderlo en alguna palabra” (Mat. 22:15) que pudieran presentar como evidencia de que estaba contra la ley romana, que exigía el pago de tributos. Es decir, lo que querían era tener argumentos para poder acusarlo formalmente ante las autoridades como revolucionario, como persona peligrosa para el buen orden público.
La respuesta de Jesús mostró que Dios reconoce que, en un sentido muy particular, sus hijos tienen una especie de doble ciudadanía. Por una parte, está la ciudadanía del país bajo cuyas leyes uno vive; por otra parte, está la ciudadanía del Reino celestial. Por el hecho de ser ciudadanos de un país tenemos deberes y privilegios, de ahí deriva esta indicación tan respetuosa con las leyes civiles: “Den al César lo que es del César”. Esta expresión reconoce que debemos respeto al gobierno, y Dios espera que no nos descuidemos en eso, siempre y cuando esos deberes no contradigan los principios bíblicos, es decir, la autoridad de Dios sobre nosotros.
El Señor está a favor de un sistema de gobierno que traiga orden, justicia y libertad. La Biblia enseña esto, y también enseña que quienes se oponen a las autoridades se oponen a lo establecido por Dios (lee Rom. 13:1, 2). “Paguen a todos lo que deben: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Rom. 13:7).
La otra ciudadanía, la del Reino celestial, significa que el compromiso más profundo del cristiano es con Dios. En eso, los gobiernos terrenales no tienen derecho a interferir. Si eso pasara, debe regirnos el principio registrado en Hechos 5:29: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”.
En un escenario ideal, las dos ciudadanías del cristiano deberían convivir en paz y no deberíamos tener conflictos, pero el cristiano, aun estando listo a cumplir con el legítimo orden social, debe preservar su libertad para servir a Dios de acuerdo con su conciencia, fundamentada en los principios divinos revelados en las Escrituras. ¡Que así sea!