La humilde discreción de Jesús
“Sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijeran lo que había sucedido” (Lucas 8:56).
En verdad, el único ser que practica la humildad cabalmente en todo el universo es Dios, quien teniéndolo todo, sabiéndolo todo, pudiéndolo todo y siendo eterno, perfecto, santo, soberano y autosuficiente, no usa todo ese poder para destruirnos, obligarnos, humillarnos, o por lo menos mandarnos a callar y determinar, sin consultarnos, nuestro destino. Por el contrario, Dios respeta siempre nuestras decisiones y nos trata como a hijos. Si eso no es humildad, ¿entonces qué es?
En varias ocasiones, Jesús tuvo que hacer un gran despliegue de poder para liberar a algunos de sus hijos o para vencer al enemigo. Y es interesante que, después del despliegue, se aseguró de instruir a las personas que habían sido testigos de este para que no divulgaran lo sucedido. ¿Por qué? Porque Dios sabe que no estamos listos para presenciar su poder en acción sin ser afectados. Muchas personas se quejan con Dios de lo que ellos llaman la “ausencia” divina. Quieren que Dios se haga presente, que se deje sentir y que haga cosas que llamen la atención de todos. Pero lo cierto, como leemos en la Biblia, es que cada vez que Dios se manifestaba en forma abierta, la experiencia para los seres humanos era de terror, miedo o pánico. Así fuera su propio pueblo, o los pueblos enemigos, nadie podía soportar la presencia de Dios y vivir.
Según nuestro texto de hoy, Jesús resucitó a la hija de Jairo, y lo hizo porque consideró que era necesario para establecer la fe de esa familia, de la iglesia y de la comunidad. No iba a permitir que Satanás se saliera con la suya destruyendo emocional y espiritualmente a todas aquellas personas, por lo que decidió derramar su poder. Pero lo hizo con discreción: Jesús no se promovió, no anunció a bombo y platillo lo que estaba a punto de hacer para tener así más público. Por el contrario, presentó el asunto en términos que no causaran revuelo.
Los padres, que presenciaron el milagro, estaban atónitos. Aunque ellos mismos habían pedido ayuda a Jesús, no esperaban ver lo que vieron y, cuando se produjo el milagro, se maravillaron. Pero Jesús les pidió que no divulgaran lo sucedido. Está claro que nuestro Dios no está en el negocio de mostrar su poder para que lo vean y le teman. Su negocio es salvar a las personas y, para eso, quiere tener una relación con nosotros basada en el amor, la fe y la obediencia.