Armonía completa
“Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres porque esto es justo” (Efesios 6:1).
Pablo comienza el último capítulo de Efesios dando un recado a los hijos: Que obedezcan y que honren a los padres (Efe. 6:2). Honrar es más que obedecer. Honrar es dignificar y respetar, mientras que obedecer es cumplir normas. Podemos obedecer sin honrar, pero no podemos honrar sin obedecer.
No obstante, el apóstol también les da un mandato a los padres: No provoquen ira en sus hijos, sino que traten de educarlos en la disciplina y en la amonestación del Señor (Efe. 6:4). En otras palabras: respeten los sentimientos de sus hijos; y que ese respeto sea pautado por la voluntad de Dios.
En un contexto de esclavitud, Pablo dice a los siervos que obedezcan a sus señores. Él no está promoviendo la subordinación, sino el respeto. La idea es: todos deben convivir bien con todos; el patrón y el trabajador.
Además, en Efesios 6 él habla acerca de vestir la armadura de Dios. Esto significa hacer de Dios nuestra única seguridad. La armadura es en sí una clara ilustración de lo que el creyente necesita para ser victorioso.
Pablo enfatiza un mensaje para los cuatro grupos presentes en este capítulo: hijos creyentes, padres creyentes, siervos creyentes y amos creyentes. El mensaje de Pablo es el de armonía. ¿Cómo lograr armonía si en nuestros días, aun más que en los días de Pablo, tenemos división entre padres e hijos, entre trabajadores y patrones?
En 1899 murieron dos personajes: Robert Ingersoll y Dwight L. Moody. El primero fue abogado, orador, político y agnóstico. Él sostenía que la Biblia es una obscenidad. Murió sin esperanza. La familia no quiso sepultarlo por varios días. Lo tenían allí en su casa, hasta que la policía los obligó a hacerlo. Sin fe, todo era angustia y desesperación. El segundo fue un gran predicador. En uno de sus últimos sermones, había dicho: “Un día de estos leerán que Moody murió. No lo crean. Nací de la carne en 1837, y del Espíritu en 1855. El que solo nace de la carne muere, pero el que nace del Espíritu, aunque este muertom vivirá”.
Esta es la verdadera armonía que solo la presencia de Dios puede dar: armonía con Dios, con nosotros mismos, con nuestra familia y con los semejantes.