
Pan para todos
«Entonces una mujer cananea […] comenzó a gritar y a decirle: “¡Señor, Hijo de David! ¡Ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio […]”. Respondiendo él, dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros”. Ella dijo: “Sí, Señor; pero aun los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces, respondiendo Jesús, dijo: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como quieres”. Y su hija fue sanada desde aquella hora» (Mateo 15: 21-28).
Jesús se encuentra en territorio fenicio, que en aquel momento formaba parte de la provincia romana de Siria. Marcos describe a la mujer que implora ayuda para su hija con el gentilicio «cananea», aludiendo a su condición de perteneciente a una etnia considerada enemiga de Israel desde tiempos del asentamiento (ver Deut. 7: 1-6).
El insulto común de «perros» para referirse a los descendientes de paganos es tan fuerte que Jesús no puede por menos que suavizarlo con el gracioso diminutivo de «perrillos» (Mat. 15: 26, RVR77), un término que designa a las juguetonas mascotas que disfrutan los favores de toda la familia. La mujer capta la intención delicada de Jesús y se aferra a ella. Su reacción expresa más o menos esto: «Sí, Señor, acepto tu comparación, porque los perrillos no pretenden quitarles el pan a los hijos; se contentan con lo que estos quieran echarles bajo la mesa. Sé que lo que nos des a nosotras no será jamás en detrimento de nadie».
Esta mujer inteligente sabe que no está exigiendo un derecho sino implorando un favor. Lo poco que conoce acerca de Jesús le permite atreverse a pedirle lo que más desea en el mundo: la liberación del mal que atormenta a su hijita. Y Jesús accede a su petición intercesora sanando en el acto a la niña.
Para Jesús la fe de esta mujer es admirable, porque acude a Dios con toda humildad, confiando en su infinito amor y en busca del bien de alguien. Con ella Jesús enseña a sus discípulos que la misericordia divina, modelo de la nuestra, no tiene prejuicios ni límites.
La fe de esta mujer en el amor de Dios es la única condición necesaria para que este intervenga, ponga sanidad en la mente de la doliente niña y paz en el corazón de su esforzada madre. Entonces, hoy y siempre, las abundantes bendiciones del «banquete» de la gracia divina alcanzan para todos, sin excluir a nadie.
Señor, deseo compartir con otros tu pan de vida. Ayúdame a no menospreciar ni discriminar a nadie.