No somos islas
“Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1).
En este último capítulo de Gálatas, tenemos siete valiosos consejos.
1. Cuando encontremos a alguien haciendo algo malo, nuestro papel no es acusarlo, sino restaurarlo con espíritu de bondad.
2. Cuando aliviamos los fardos de alguien, estamos cumpliendo la expectativa que Dios tiene de cada uno de nosotros.
3. Es necesario que examinemos nuestra vida, nuestros procedimientos; así podemos crecer en gracia y fe.
4. No podemos engañar a Dios, es imposible. Y recuerda que la vida nos ofrecerá lo que hayamos depositado en ella.
5. Debemos hacer el bien siempre, bajo todas las circunstancias.
6. Debemos hacer el bien a todos, especialmente a los que son de nuestra comunidad de fe.
7. Al elegir a Cristo, damos la espalda al mundo.
Ningún cristiano puede pensar que es independiente y que no necesita ayuda ajena, o que está exento de ayudar a los demás. Nadie es tan sabio que no pueda aprender algo de sus semejantes, ni tan ignorante que no tenga nada que enseñar a otros.
Una isla es, en apariencia, una porción de tierra rodeada de agua. Pero la realidad es otra: las islas no flotan en el mar, son tierras emergidas desde la corteza terrestre conectadas con la parte sólida. Del mismo modo, todos los seres humanos estamos interconectados. Con frecuencia nos vemos como islas, separados y desconectados del resto. Rodeados por un espacio vacío que, de manera ilusoria, nos protege de una sociedad que creemos hostil.
No somos islas, tal como lo expresaba Thomas Merton: “Nada tiene sentido si no admitimos que las personas no son islas; toda persona es un pedazo del continente, una parte del todo”.
En la Guerra de Vietnam, la ciudad de Saigón comenzaba a ser evacuada cuando un orfanato fue alcanzado por una explosión. Un miembro del personal del orfanato hizo contacto por radio con un médico y les dijo que una pequeña huerfanita estaba muriendo por pérdida de sangre a causa de la explosión. El doctor sabía que la niña necesitaría una transfusión de sangre, así que, encontró a un niño y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre para salvar la vida de la niña. Él se ofreció como voluntario. Mientras le extraían sangre, comenzó a llorar y dijo: “Ella va a vivir y yo voy a morir”. Le preguntaron “¿Por qué, entonces, lo haces?” Él respondió: “Ella es mi amiga”.
No somos islas. Todos somos parte del mismo continente. ¿Cuán dispuesto estás a dar tu sangre, aun si eso significara tu muerte y la vida de tu prójimo?
Muy importante, me gustó mucho.