El Dios incomparable
“Dios, ¿quién como tú?” (Salmo 71:19).
Una de las cualidades de Dios que más nos ayudan a entender su grandeza es el hecho de que es incomparable. Esto, más que cualquier otra cosa, es lo que hace que Dios resulte grande, excelso e infinito para nosotros. Esto también es lo que nos exige tener con él una relación distinta a cualquier otra. Como alguien dijo muy bien en cierta ocasión: “De la especie divina solo hay uno”. No me queda más que añadir: amén.
Dios es grande e incomparable en virtud de su propia esencia y naturaleza, como también por las cosas que ha hecho y hace. Él no es grande porque haya ganado un concurso, ni es único porque se haya reunido un jurado que así lo determinó; Dios es grande y único porque ni siquiera podemos conocerlo más allá de lo que él mismo nos ha revelado de sí. Su grandeza se hace evidente en que no podemos explicarlo, en que no tenemos con qué ni a quién compararlo, y en que no conocemos antecedentes que nos ayuden a tener una idea de cómo y por qué él hace las cosas que hace.
A lo largo de la historia, los seres humanos nos hemos convertido en idólatras al intentar reducir la inmensidad de Dios a conceptos o a imágenes que pudiéramos manejar y comprender. Pero, frente a Dios, más que decir cómo es él tenemos que terminar preguntándole a él mismo: “¿Quién como tú?” Esta es la pregunta de alguien que sabe que está frente a un Ser infinito, excelso y majestuoso, y que por lo tanto no tiene palabras ni imágenes de las cuales valerse para describir semejante grandeza.
Dios mismo una vez preguntó a través del profeta Isaías: “¿A quién me asemejáis, me igualáis y me comparáis, para que seamos semejantes?” Y sabiendo que el ser humano no tendría respuestas para estas preguntas, él mismo contestó diciendo: “Yo soy el Señor, y no hay otro; no hay Dios fuera de mí […] sepan que no hay más Dios que yo” (Isa. 46:5, 6).
Cada vez que tratamos de explicar, igualar o comparar a Dios con cualquier otra cosa, siempre terminamos creando un ídolo, que no es más que el inútil intento de tratar de poner en un tamaño manejable para nosotros, la inmensurable grandeza del Dios incomparable. Hoy y siempre, el Señor se muestra a nosotros, pero no para que tengamos la osadía de igualarlo a algo que pensamos o conocemos, sino para que lo adoremos, lo alabemos, lo glorifiquemos, le demos gracias y también nuestro amor. Porque solo él es digno.