Dios promete y cumple
“Porque todas las promesas de Dios son ‘sí’ en él. Por eso decimos ‘amén’ en él, para gloria de Dios” (2 Corintios 1:20).
Pocas cosas tienen tanto impacto en el ánimo y la actitud de las personas como las promesas hechas por alguien confiable y veraz. Repasa tu vida, y descubrirás que muchos grandes momentos fueron el resultado de una promesa cumplida. ¿Recuerdas cuando tu cónyuge prometió que se casaría contigo y lo hizo? ¿Recuerdas la promesa de ese empleo que tanto querías, y te lo dieron? ¿Recuerdas la promesa de incluirte en una lista de la que deseabas formar parte, y te incluyeron? ¿Recuerdas cuando un amigo te prometió que te guardaría un secreto, y no lo ha develado a nadie? ¿O la promesa de un aumento de sueldo que por fin se materializó? Sin duda hemos vivido grandes momentos gracias al simple (aunque no siempre sencillo) hecho de que alguien que prometió, cumplió.
¿Y cuando alguien no cumple sus promesas? De todas las frustraciones que nos toca vivir, esta es una de las más difíciles de soportar. La decepción de haber creído con todo tu corazón en algo que te prometieron solo para ver cómo no cumplieron, es algo que te marca para siempre. Qué bendición saber que con Dios nunca experimentaremos esta decepción.
¡No hay nadie más confiable que Dios! Cuando él promete, cumple, sí o sí (amén y amén). Pablo dice que “todas las promesas de Dios” se cumplen. Es nuestro privilegio abrir la Biblia para buscar en ella promesas que el Señor ha hecho a través de la historia, que son la base del pacto eterno, renovado una y otra vez, y extendido por Dios hacia nosotros. Cada promesa divina asegura un resultado, siempre que la condición establecida por él se cumpla. No hay un solo caso en que no haya sido así. Y todavía al día de hoy estamos disfrutando de muchas de esas promesas.
La garantía de las promesas de Dios está en el poder y la fiabilidad de su Palabra. Fue esa palabra la que creó los cielos y la Tierra y los sostiene; nunca vuelve vacía, sino que cumple aquello para lo cual se envió (lee Isa. 55:10, 11). Una promesa de Dios es, en esencia, la Palabra de Dios empeñada, que garantiza un resultado si nosotros cumplimos la condición. Por eso Pablo dice en el texto de hoy que esto ocurre a través de nosotros, aunque lo hace Dios y es para su gloria. Créelo.