Dios es manso
“Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5).
Jesús dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mat. 11:29). La mansedumbre que nuestro Dios promueve en el Sermón del Monte, y que Jesús mismo posee como rasgo esencial de su carácter, no tiene nada que ver con incapacidad, con falta de iniciativa, con apatía, desidia o indolencia. Y mucho menos con ser tonto. No eres manso cuando te quedas siempre callado, o cuando no te atreves a reclamar tus derechos. No es manso según Dios el que no dice la verdad por quedar bien. Y no lo es porque ninguna de estas cosas las vemos en el ejemplo de Cristo, quien es el epítome de la mansedumbre.
La mansedumbre está asociada estrechamente a la humildad y la paciencia. Solo una persona humilde puede tener mansedumbre y solo una persona paciente puede ponerla en práctica, lo cual significa ser gentiles, amables, considerados y tiernos con los demás, no permitiendo que nuestras emociones nos dominen. La mansedumbre es amor puesto en acción.
Cuando Jesús resalta el valor de la mansedumbre quiere que veamos la importancia de tener un corazón en paz con Dios. De ahí es que deriva el poder ser sosegados, apacibles, serenos, y no reactivos con los demás. Jesús tenía muy en claro que la mansedumbre se origina en el corazón. Por eso aconsejó que aprendiéramos de él, que es manso y humilde de corazón. Así que, no hay aquí una invitación a ver quién pone el rostro más digno de lástima, o quién aguanta más pisotones, o habla más suave o pide más disculpas o permisos. No, no, no. Es un asunto del corazón. Allá donde nadie ve, donde la lucha es a solas con Dios, donde no puedo esconder mi realidad sea cual fuere, es ahí donde Dios quiere poner orden. Es eso lo que debe pasar para que seamos bienaventurados según Dios.
Detrás de muchos modales gentiles puede haber un corazón resentido y amargado, puede haber orgullo, competitividad y avaricia. Pero de un corazón humilde solo pueden salir actos de amor y palabras que procuran el bien. Aun cuando tuviéramos que decir la verdad en amor para despertar a otros, como Jesús lo hizo con los fariseos, o aun cuando tuviéramos que responder a la violencia con dignidad, pero con paciencia, como lo hizo Jesús a quien le pegó en la cara, en todo momento tener un corazón en paz con Dios nos permitirá ser mansos y felices.
Ser manso, aunque no goza de gran prestigio social hoy en día, es un rasgo de carácter que, desarrollado, conlleva ricas bendiciones del Cielo.