“Vuelve el desierto en estanques de aguas”
“Vuelve el desierto en estanques de aguas y la tierra seca en manantiales” (Salmo 107:35).
Durante mi breve estadía en Juliaca, Perú, unos buenos amigos me llevaron a conocer el inmenso lago Titicaca. Esa impresionante fuente acuífera es una de las maravillas naturales más impresionantes de nuestro planeta. Ubicado en el altiplano de los Andes, el Titicaca establece una frontera natural entre Bolivia y Perú, y su ubicación a más de 3.800 metros por encima del nivel del mar hace de este el lago navegable más alto del mundo. Allí observé cómo una zona que antes había estado cubierta de agua, en ese momento estaba seca. Muchos científicos han estado expresando su preocupación ante la posibilidad de que el lago quede completamente seco.
Al mirar la inmensidad del Titicaca, uno se siente tentado a suponer que no es posible que esa masa de agua se evapore y se convierta en un espacio desértico. Sin embargo, el lago conocido como mar de Aral, en Asia Central, que era tres veces más grande, se secó. Asimismo, el lago Poopó, el segundo más extenso de Bolivia, también se ha secado. En realidad, no hay nada seguro en esta tierra; todo se puede secar, perder su verdor y dar paso a un escenario desolador. De hecho, todas las cosas de este mundo son como “cisternas rotas que no retienen el agua” (Jer. 2:13). Tarde o temprano se secarán.
Si lo que buscas es una “fuente de agua”, acude a Dios. Dice el salmista que en Cristo “está el manantial de la vida” (Sal. 36:9). Elena de White afirma: “Las cisternas se vaciarán, los estanques se secarán; pero nuestro Redentor es un manantial inagotable. Podemos beber y volver a beber, y siempre hallar una provisión de agua fresca. Aquel en quien Cristo mora tiene en sí la fuente de bendición, ‘una fuente de agua que salte para vida eterna’. De ese manantial puede sacar fuerza y gracia suficientes para todas sus necesidades” (El Deseado de todas las gentes, p. 157).
Quizá tu vida está pasando por un proceso de desertificación, como el lago Titicaca; o quizá ya sientes que se ha vuelto tan árida como un desierto, igual que el mar de Aral y el lago Poopó. Recuerda entonces que el Señor “vuelve el desierto en estanques de aguas y la tierra seca en manantiales” (Sal. 107:35).
Con él, tu vida siempre estará llena de agua, nada ni nadie podrá evitar que te conviertas en manantial.