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«Mientras recorrían toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en camillas a donde oían que estaba. Y dondequiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos» (Marcos 6: 55-56).
En Genesaret y dondequiera que va, Jesús irradia vida. Y quienes se acercan a él buscando alivio para sus males (cf. Mat.
14: 35) no tardan en recibir bendiciones. En esta ocasión la gente quiere estar tan cerca de Jesús, para escuchar sus palabras y recibir su atención, que se aferran a su manto como fuente de salud. Pero es el poder vital de Dios, puesto en acción por el amor de Jesús, y no el poder mágico de su manto, lo que los sana y los hace sentirse acogidos y salvos.
Curiosamente en hebreo la palabra «enfermedad» (mahala) viene de una raíz que evoca la noción de «cerco», de un cercado que encierra y aprisiona. Sanar o restablecerse significa, literalmente, «salir del cerco, del encierro, del apuro». Es liberarse de la prisión de un cuerpo maltrecho, de una mente alterada o de una dolencia tirana. Y la obra sanadora de Jesús era una obra global que afectaba a todo el ser, y no solo al cuerpo, pues aportaba salud también a la mente y al espíritu.
Por eso, en el texto original (de Marcos 6: 56), para decir que los enfermos «quedaban sanos» dice en realidad que
«eran salvos». En la lengua usada por los evangelistas «sanar» o «salvar» significa literalmente «sacar fuera», «rescatar»,
«liberar» y tiene la misma raíz que el nombre de Jesús: «El que salva».
Hoy también lo que muchos enfermos necesitan es acercarse a Jesús y tocar su manto sanador, su manto de justicia. Al ponernos en contacto con él, al entrar en sintonía con el poder creador del cosmos, la fuerza vital invisible que procede del cielo nos alcanza de alguna manera. Al abrirnos a ella, esa fuente de salud y vida que está más allá del aquí y del ahora, empieza a transformar nuestra realidad.
Y así, como los enfermos sanados en Genesaret, disfrutamos ya de un anticipo de la salud y de la salvación con las que el Creador desea, un día, rehacer nuestras vidas definitivamente.
Gracias, Señor, por la salud plena que tú vas a empezar a darme ya hoy.