Dios nos hace uno con él
“Somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Hebreos 3:14).
Una de las grandes verdades que nos enseña la Biblia es que Cristo no solo participó de nuestra naturaleza haciéndose uno con nosotros, sino además nosotros hemos sido hechos participantes de Cristo. Es decir, que al depositar nuestra fe en él y aceptarlo como Salvador, somos unidos a él en una forma que va más allá de una simple amistad.
Esto significa que ahora su justicia es nuestra justicia para presentarnos delante de Dios el Padre (ver Rom. 5:1, 2). Esto significa que su resurrección es la garantía de nuestra resurrección (ver 1 Cor. 15:21). Esto significa que su vida llega a ser nuestra vida (ver Gál. 2:20). Esto significa que su poder es nuestro poder (ver Fil. 4:13), y sus promesas, su amor, su Espíritu, su Palabra y su perdón son nuestros, porque en Cristo, Dios nos ha dado todo tipo de bendición espiritual. Esto es algo en lo que reflexionar profundamente y es también para disfrutarlo, porque se trata de una gran noticia.
En realidad, hubiese sido ya un grandísimo favor que Dios se hubiera identificado con nosotros, nos hubiera dado su ayuda y hubiera participado de nuestra experiencia para poder entendernos; pero que además nos haya hecho partícipes de Cristo, es algo que no encontramos cómo explicar, cómo justificar; es un regalo, es un favor, es la gracia. Y Dios espera dos cosas: 1) que podamos apreciarlo; 2) que podamos mantener nuestra confianza del principio firme hasta el final. “La fe que acompaña a una genuina conversión puede empañarse después de un tiempo, y enfriarse el corazón ferviente. Bienaventurado el cristiano que mantiene su primera fe y su primer ardor sin menguar a través de toda su vida”.10
Así como celebramos el ser partícipes de todos los encantos incomparables de Cristo, así también tenemos la responsabilidad de ser fieles a Dios, manteniendo la misma fe con la que aceptamos la gracia al principio. De esta manera, no solo nacemos en Cristo por la fe, sino también vivimos por Cristo por esa misma fe. Nuestra única responsabilidad es retener firmemente la fe hasta el fin. Porque “el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mat. 24:13). “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa” (Heb. 10:35).
10* Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, p. 430. Nota a Hebreos 3:14.