“No juzgará según las apariencias”
“Él se deleitará en el temor del Señor; no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga decir” (Isaías 11:3, NVI).
Tras concluir mi sermón en el templo de la Universidad Adventista de Chile fui a cenar a la casa de dos misioneros que servían allí como profesores de Teología. Todavía recuerdo que pasamos un momento sumamente agradable; el fuego del hogar nos alumbraba y nos calentaba; un rico té añadía un toque de placer a la conversación. Hablamos de teología, de filosofía, de la tía que era médica… Sin embargo, la hija de los misioneros, una chica de unos doce o trece años, no se adentraba en la conversación. Mientras los demás hablábamos plácidamente, ella solo me miraba a ratos y seguía inmersa en su propio mundo. Tras pensar en por qué se comportaba de esa manera, concluí que la adolescente sentía que un extraño había invadido su territorio, que eso la tenía muy incómoda y que la solución al problema era que yo regresara al cuarto de huéspedes de la universidad. Pero cada vez que pensaba que creía que llegaba el momento de salir, un nuevo tema avivaba la conversación. Cuando finalmente me levanté para retirarme, la chica me entregó un retrato de mi persona. Todo el tiempo se mantuvo en silencio, mirándome esquivamente, porque me estaba dibujando. Cuán equivocado estaba yo.
Son muchas las veces en las que he fallado en aplicar el mandato de Cristo: “No juzguen por las apariencias” (Juan 7:24, NVI). Yo veía a una jovencita incómoda, porque la juzgaba basado en lo que yo veía, en las apariencias. Por eso, cuando se trata de valorar a los demás, Jesús nos invita a no dejarnos llevar por lo que vemos. Nuestros ojos son traicioneros, nos hacen ver lo que no es. Aquello de “yo lo vi, yo estaba allí” no significa que nuestra valoración es infalible. Los judíos vieron a Cristo sanar en sábado al paralítico de Betesda, así que se sentían con el derecho de condenar al Señor y aun de matarlo. La arrogancia religiosa, esa que se fundamenta en lo que cree ver, siempre nos lleva a conclusiones triviales e insustanciales.
Hablando de Cristo, el profeta Isaías declaró: “Él se deleitará en el temor del Señor; no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga decir” (Isa. 11:3, NVI). Si Jesús vivió así, ¿acaso podemos correr el riesgo de no seguir las pisadas de nuestro Maestro?