Matutina para Adultos | Martes 18 de Febrero de 2025 | Orar por otros

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Orar por otros

«Al entrar Jesús en Capernaum, se le acercó un centurión, que le rogaba diciendo: «Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado». Jesús le dijo: «Yo iré y lo sanaré». Respondió el centurión y dijo: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará» (Mat. 8: 5,8).

Un centurión de las fuerzas romanas que ocupaban Palestina en aquel momento estaba preocupado por el grave estado de salud de uno de sus siervos. La palabra doulos usada por Lucas en el pasaje paralelo (7: 7) significa comúnmente «esclavo». Esta sensibilidad de un militar por un simple esclavo enfermo, alguien considerado en la sociedad de su entorno casi como un objeto, a Jesús le llama la atención: este oficial de un ejército famoso por su prepotencia, acostumbrado a exigir, obligar y forzar, no solo no pide nada para sí, sino que se moviliza para interceder por otro. Además, este hombre pagano, que no se considera en absoluto digno de tal favor, confía plenamente en la magnanimidad de Jesús y en el poder de su Dios sobre la vida y la muerte. Cree, además, que el Señor de la vida reina no solo sobre la humanidad entera sino también sobre las fuerzas del universo. Por eso intuye que ni el tiempo ni el espacio limitan su poder: cree firmemente que Jesús no necesita desplazarse hasta el lecho del enfermo y que una sola orden suya basta para que su siervo quede sano al instante. Jesús se asombra de la fe del militar. Y responde con toda solicitud a su altruista pedido (Luc. 7: 1-10).

El romano vive en una sociedad que, como muchas otras, hace importantes distinciones entre personas según su categoría social o su nivel de autoridad. Pero el amor de Jesús ignora tales distinciones. Enseña que Dios acoge a todos los que acuden a él, sean miembros destacados del poder o gente del pueblo, señores o esclavos, militares de renombre o humildes desconocidos.

El amor divino no tiene en cuenta ni la nacionalidad, ni la clase social, ni la condición, ni la religión de la persona. Porque si el sufrimiento golpea a todos al azar, la gracia divina todavía tiene menos en cuenta nuestros prejuicios humanos.

Señor, que en mis oraciones de intercesión por otros, enfermos o sanos, me inspire hoy este bello ejemplo que nos diste, y consiga andar en tus pasos.

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