Dios perdona para transformar
“En ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Salmo 130:4).
Como tengo dos hijos, he llegado a entender que perdonarlos por algo malo que hicieron no significa que con ello rebaje las normas de nuestro hogar. Nunca, en ninguna de las ocasiones en que los he perdonado, he visto que después ellos se burlaran de mí por percibirme débil, o que siguieran con la misma actitud pensando que, como papá los perdonó, entonces no debe de ser importante la norma que transgredieron. Al contrario: saberse perdonados inspira a mis hijos a ser más respetuosos con las normas de casa y tiene sobre ellos un efecto transformador y suavizador del carácter. Por decirlo de alguna manera, baja los decibelios de la rebelión.
¿Qué debemos pensar acerca del hecho de que Dios perdona nuestros pecados? ¿Significará eso que ya Dios no toma tan en serio sus propias leyes? ¿Significa que, si Dios nos perdona siempre, entonces para qué debemos cambiar? ¿Incluye el perdón la posibilidad de ir delante de Dios con una actitud relajada y sin mayor cuidado?
Es cierto que, en Cristo, el creyente es invitado a presentarse confiadamente ante el Trono de la gracia, y que Jesús nos enseñó a dirigirnos a Dios en nuestras oraciones como a nuestro Padre; pero de ninguna manera estos privilegios se nos dan para que disminuyan nuestro concepto de la santidad, la gloria y la majestad de Dios. Cuanta más cercanía tenemos con Dios, más respeto y temor infunde su grandeza en nosotros.
Cuando Dios nos perdona, no está rebajando los principios eternos de su Santa Palabra ni acomodando su carácter a nuestros desvaríos. Lejos de eso, el salmista dice que Dios perdona para que lo reverenciemos. Imagina por un momento cómo te comportarías, cómo le hablarías a una persona que, teniendo la autoridad y el motivo para ordenar tu muerte, decide perdonarte. Por eso no existe la gracia barata. Dios muestra su benignidad para producir en nosotros arrepentimiento.
El perdón tiene un poder irresistible, y por eso Dios lo usa con el propósito de producir en nosotros arrepentimiento, humildad, respeto, reverencia y obediencia. Nada tiene más poder en la vida de un pecador que la llegada del perdón de Dios. Así fue como Dios transformó a tantos grandes personajes de la Biblia.
Así como el pecado no puede tomarse a la ligera, el perdón tampoco puede recibirse a la ligera.