Dos hijos, dos mujeres
“Pues Agar es el monte Sinaí, en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, ya que ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Pero la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre” (Gálatas 4:25, 26).
Pablo siempre hace contrastes para ilustrar y grabar mejor la verdad, por lo cual presenta a dos hijos. Ismael representa el nacimiento físico, por el cual somos pecadores; Isaac, el nacimiento espiritual por el cual llegamos a ser hijos de Dios.
Ismael representa la naturaleza carnal, y causó problemas a Isaac, quien representa nuestra naturaleza espiritual. El hogar de Abraham nos ilustra los mismos problemas que había en Galacia o que podemos enfrentar hoy.
Agar, enfrentada con Sara, ilustra el conflicto entre la Ley y la gracia; o somos salvos por obedecer la Ley o por aceptar la gracia del Señor. El enfrentamiento entre Ismael e Isaac ilustra la lucha entre la naturaleza carnal y la naturaleza espiritual, el vivir según la carne de nuestra humanidad o según el espíritu de la voluntad de Dios.
Pablo explica también el significado de las dos mujeres, Sara y Agar, para mostrar el contraste entre la Ley y la gracia. Dios no empezó con Agar, sino con Sara. En relación con el trato con el hombre, Dios también empieza por la gracia. Cuando Adán y Eva pecaron, no les dio leyes para obedecer. En su gracia, les dio túnicas para cubrirse, y la promesa de un Redentor. Cuando liberó al pueblo de Egipto, primero fue la gracia de la liberación; después vino la Ley.
Agar era esclava, pero Sara era libre. Ya hemos dicho que la función de la Ley es revelar nuestros pecados y ser el ayo que nos lleva a Cristo. La unión de Abraham y Agar fue contra la voluntad de Dios. Fue consecuencia de la incredulidad y de la impaciencia de Sara y de Abraham.
“Abraham había aceptado sin hacer pregunta alguna la promesa de un hijo, pero no esperó a que Dios cumpliese su palabra en su oportunidad y a su manera. Se permitió una tardanza, para probar su fe en el poder de Dios, pero fracasó en la prueba” (Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 141).
Cuando tu fe se ve probada, ¿resiste la prueba?