
«Voy a preparar lugar para ustedes» (Juan 14: 2, RVC).
Por aquel entonces yo trabajaba como profesor de español y estudiaba al mismo tiempo. Estaba alojado en una residencia de estudiantes, en Francia, muy cerca de la frontera suiza. El curso estaba terminando. Mi novia y yo deseábamos casarnos al final de ese verano. Pero todavía no teníamos casa y ella seguía viviendo en España. Me encantaba la Alta Saboya y deseaba por encima de todo encontrar un lugar agradable por allí donde empezar nuestra luna de miel.
Mi lugar de trabajo estaba en la ladera de una abrupta montaña y muy cerca de un maravilloso bosque. La vista desde allí era espléndida, con la ciudad de Ginebra en el valle, en torno al precioso lago Leman, y las montañas del Jura como telón de fondo.
Me gustaba especialmente pasear por el camino que, atravesando el bosque, subía hacia la cima del monte Salève. Junto al camino había un viejo chalé de dos plantas, todo de madera, al estilo del país, que solo estaba habitado en la planta baja.
Un día me encontré de manera inesperada con el dueño de esa casa, Monsieur Rapp, que estaba llevando allí unos viejos muebles, y le pregunté si pensaba alquilar la parte alta de la casa, la buhardilla. Él me dijo que no, porque nadie la quería, ya que el único cuarto de baño disponible estaba en la planta baja al otro lado del jardín, y eso era un gran inconveniente, sobre todo por las noches o en invierno con la nieve que allí caía en abundancia.
Sin embargo, le rogué que me enseñase el apartamento, y vi que en una esquina había un espacio apropiado para un magnífico cuarto de baño, sin necesidad de grandes obras.
Monsieur Rapp era un hombre muy simpático y afable, que no necesitaba alquilar nada para vivir y cuyo hijo era, en aquellos momentos, el presentador más popular de la televisión de la Suiza francesa. Cuando le dije que quería casarme y me encantaría vivir allí, me hizo la mejor promesa que podía hacerme alguien en aquel momento: «Voy a preparar la mansarda (buhardilla) para ustedes, para que tengan una magnífica luna de miel». Y así fue. Ese verano nos casamos y su promesa se cumplió mucho más allá de nuestras expectativas. Creo que nunca hemos disfrutado de ninguna casa como de aquella.
Jesús nos dejó una promesa mucho mejor todavía: «Voy a preparar un lugar para ustedes». Estoy seguro de que nos gustará infinitamente más que el hermoso chalet suizo donde pasamos mi esposa y yo nuestra luna de miel.

