Dos maravillosas bendiciones de Dios
“Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias” (Salmo 103:3).
El Salmo 103 debe ser uno de nuestros salmos de cabecera. La lista que aquí presenta el salmista de todas las bendiciones de Dios que merecen nuestra alabanza es algo que debiéramos recordar a diario. Destaquemos hoy dos de esas bendiciones.
“Él es quien perdona todas tus maldades”. Esto es lo que yo llamo comenzar bien. Dios no solo perdona tus errores, tu ignorancia o tus exabruptos, perdona también tus maldades. Si buscas la palabra “maldad” en el diccionario, verás que se refiere a la característica de tener intenciones o propósitos injustos, nocivos, negativos, dolorosos, desfavorables. Dios perdona las acciones malvadas que cometemos. Dios perdona el hecho de que una de nuestras características es que tenemos intenciones y propósitos malvados, que nos llevan a hacer cosas injustas, negativas, nocivas, dolorosas para alguien, desfavorables para la vida espiritual. No se está hablando aquí de acciones superficiales tras las cuales podemos decir: “Perdón, fue sin querer”. No. Dios nos perdona incluso lo que hacemos con premeditación o dando nuestro consentimiento sabiendo que no está bien y que a alguien le va a doler. ¿Perdonamos nosotros así? Pues este salmo te asegura que Dios perdona “todas tus maldades” sin excepción. Esta bendición no la puedes recibir de nadie que no sea Dios.
Él es el que “sana todas tus dolencias”. Pocas cosas son de más valor para nosotros que la salud física. Entonces, nuestro Dios nos dice: “Yo sano todas tus dolencias”. Esto es maravilloso, porque Dios se muestra como el Médico de los médicos. Ahora bien, aun cuando Dios tiene poder para sanar cualquier dolencia y muchas veces lo hace, esta declaración no debemos entenderla como una obligación de Dios de sanar toda enfermedad que nos aqueje, sino que debemos entenderla en conexión con la declaración de que él perdona nuestras maldades; al entenderlo así, vemos que nos sana de todo el mal que nos causan el pecado y la maldad. Por supuesto, todo esto es maravilloso y nos anima a decir junto con David: “Bendice, alma mía, a Jehová” (Sal. 103:1). “Bendecir implica apreciar plenamente la persona de Dios, su carácter, su obra, sus providencias; ser agradecidos por todas nuestras relaciones, la prosperidad y los beneficios que nos proporciona, y alabarlo por concedernos un futuro, una esperanza, protección y guía”.9 ¿Bendice ya tu alma a Jehová?
9* Biblia de estudio de Andrews, p. 717.