Un pionero destacado
“Como está escrito: ‘¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!’ ” (Romanos 10:15).
Pablo, una vez más, se basa en lo que está escrito en el Antiguo Testamento para enseñarnos esta verdad. Así, cita Isaías 52:7 y expresa el valor de un enviado. En los tiempos de Isaías, el mensaje produjo alegría porque anunciaba la liberación del cautiverio en Babilonia, que prefiguraba la venida del Mesías. Pablo, por su parte, al escribir a los romanos, se refiere a la redención y la definitiva liberación de la esclavitud del pecado. El mensaje no es cualquier mensaje. ¡Son las buenas nuevas del evangelio!
La historia del Pr. J. N. Andrews es sencillamente extraordinaria. Él fue el primer misionero oficialmente enviado al extranjero por la Iglesia Adventista, fue el tercer presidente de la Asociación General y fue quien logró leer la Biblia en siete lenguas, y podía repetir de memoria todo el Nuevo Testamento. Cuando Elena de White escribió a los primeros creyentes en Europa, les dijo: “Les enviamos al hombre más capaz que teníamos en nuestras filas”.
Su jovencita hija Mary fue de gran ayuda en el campo misionero, en la preparación de la primera publicación al francés. Desdichadamente, contrajo tuberculosis. El Pr. Andrews buscó la mejor atención médica para ella, y noche y día acompañó a su hija agonizante, aun cuando le aconsejaban que se cuidara, para no contagiarse. Mary falleció el 27 de noviembre de 1878, a los 17 años.
En el diario, puede leerse lo siguiente:
“Ayer en la mañana, a las 4:30, mi querida hija Mary falleció. Esta niña me ayudó mucho en Europa. Incluso cuando pasamos por momentos de privación, ella enfrentó todo con coraje, paciencia, fe y esperanza. Lo que sufrió allá hizo que se enfermara de tuberculosis, la que avanzó rápidamente. Ella enfermó cuando su ayuda se había vuelto muy valiosa. ¿Quién estará allá, que pueda tomar su lugar?”
Andrews había perdido a su esposa y a su hija, pero él seguía pensando con corazón de enviado. Siguió caminando por mar y tierra y, pocos años después, él mismo contrajo tuberculosis. Mientras la enfermedad avanzaba y su cuerpo se deterioraba, pidió un bolígrafo y un trozo de papel. Reuniendo sus últimas fuerzas, escribió: “Dejo quinientos dólares para la Misión en Europa”. Luego, dijo: “¿Hay algo más que pueda hacer por la causa de Dios?” Y, mientras los pastores oraban, él descansó.
En Crespo, Argentina, en el museo de la primera iglesia en Sudamérica, hay una inmensa placa que dice: “Por su Espíritu, ellos comenzaron; nosotros terminaremos”. Necesitamos el mismo espíritu de sacrificio y compromiso de Andrews y de todos nuestros pioneros.
¿Somos nosotros los que terminaremos la misión para que Jesús pueda venir? Si no somos nosotros, ¿quiénes? Si no es ahora, ¿cuándo?