El Dios del juicio perfecto
“El Señor es quien juzga las intenciones” (Proverbios 21:2, DHH).
Un hombre de apellido Potter zarpó de Estados Unidos a Europa en un transatlántico, en el que debía compartir camarote con otro pasajero. Cuando llegó al camarote, conoció a su compañero de travesía. Tras las presentaciones de rigor, el compañero salió, y media hora más tarde él salió también. Fue a ver al oficial de cubierta.
–¿Puedo dejar mi reloj de oro y otros objetos de valor en la caja fuerte del barco? –le preguntó–. Normalmente no pido esto –se justificó–, pero a juzgar por la apariencia de mi compañero de camarote, creo que no es un hombre de confianza.
–Qué curioso –observó el oficial de cubierta–, porque el caballero con el que usted está compartiendo camarote vino antes que usted a traer su reloj de oro ¡por la misma razón!
Esta breve historia nos permite ver retratada la realidad humana: juzgamos a los demás por su apariencia. Esto nos conduce a conclusiones erróneas. Es fácil malinterpretar lo que vemos, y más fácil aún malinterpretar los motivos ajenos. Nos equivocamos porque tenemos un sesgo a la hora de juzgar: mientras que a nosotros mismos nos juzgamos dando por hecho que nuestras intenciones son las buenas/válidas/necesarias (aun cuando a veces no lo son), a los demás los juzgamos por su comportamiento, deduciendo que las razones por las que hacen lo que hacen son las mismas que nos llevarían a nosotros a hacer eso que ellos hicieron. Pero tengo una noticia para ti: no todos actuamos igual por los mismos motivos. Si bien con el uso de la lógica podemos juzgar las cosas que vemos suceder ante nuestros ojos, debemos tener cuidado de no juzgar a las personas, porque tal vez sus razones para hacer lo que hacen distan mucho de lo que creemos.
Y tengo una noticia aún mejor para ti: solo Dios conoce realmente lo que hay en el corazón de un ser humano, y por eso él es el único capaz de juzgar sin equivocarse las intenciones. La capacidad de Dios para llevar a cabo el juicio es perfecta, por eso podemos dejar esa obra con él y vivir confiados. Saber que nuestro Dios es el Dios del juicio perfecto supone un verdadero descanso interior para nosotros.
El juicio es de Dios, no nuestro. Él es el juez de toda la Tierra. Él nos ayudará a conducirnos frente a la tentación de juzgar al prójimo.