“Que no falte la sal”
“Que no falte la sal entre ustedes, para que puedan vivir en paz unos con otros” (Marcos 9:50, NVI).
Una de las declaraciones más conocidas de los evangelios, y tal vez de las menos entendidas, es esta: “Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada” (Mat. 5:13, NVI). Para los judíos la sal constituía uno de los elementos básicos de la vida. Plinio el joven cita en su Historia natural a un oficial romano que hizo el siguiente comentario: “No hay nada más útil que la sal y el sol”.¹³³ Plutarco, el historiador griego, describe apropiadamente la función de la sal. Él solía decir que la carne es un cuerpo muerto, y como tal terminará en un estado de descomposición; pero cuando se le echa sal, la carne logra preservarse por más tiempo. Entonces, decía Plutarco, la sal es como “si se le hubiera insertado un alma nueva a un cuerpo muerto”.
Cuando Jesús dice que somos “la sal de la tierra”, nos está convirtiendo precisamente en la sal de la tierra. La tierra nos necesita, y como su “sal” nos corresponde usar nuestra influencia para mejorar el bienestar temporal y eterno de nuestros semejantes. Al compararnos con la sal, está poniendo de manifiesto que la vida cristiana ha de ser una especie de conservante ante la inmoralidad que carcome los mismos cimientos de nuestra sociedad. Somos el elemento que puede infundir esperanza a un mundo que sucumbe ante la indecencia. De nosotros depende el destino de mucha gente, hemos de empeñarnos en que la mayor cantidad de hombres y mujeres puedan ser preservados hasta que lleguen a habitar en las moradas eternas.
Desde la eternidad fuimos diseñados para ejercer una influencia positiva en este mundo. No somos llamados a adaptarnos a la mundanalidad de nuestro siglo sino a transformar con nuestras acciones y palabras nuestro entorno. Si perdemos de vista esa obra, ¿entonces para qué servimos?
Por supuesto, si queremos ser “la sal de la tierra”, entonces hemos de experimentar el poder de dicha “sal” en nosotros. Jesús lo expresó en estas palabras: “Que no falte la sal entre ustedes, para que puedan vivir en paz unos con otros” (Mar. 9:50, NVI).
Este mundo muerto necesita un cristianismo vivo, influyente y transformador. ¿Está esa sal en ti? Es un ingrediente que no te puede faltar.
133 Michael J. Wilkins, Matthew. Zondervan Ilustrated Bible Backgrounds Commentary, vol. 1 (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan, 2002), p. 35.