«»Y ustedes saben a dónde voy, y saben el camino». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le dijo: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí»» (Juan 14:
4-6, RVC).
Juanjo, un compañero de clase encantador, me contaba que cada año se tomaba un par de semanas para recorrer a pie un buen tramo del llamado «Camino de Santiago». Me decía que estaba buscando a Dios y que, aunque no estaba seguro de encontrarlo por allí, le hacía mucho bien disfrutar de «esa aura mística que flota en el aire y, sobre todo, del compañerismo y la solidaridad de gente interesante y positiva».
Desde que la tumba del apóstol Santiago fue supuestamente descubierta en Galicia allá por la baja Edad Media, para muchos —católicos o no— visitar ese venerado lugar es una razón suficiente para justificar su peregrinación. Algunos lo hacen para cumplir una promesa, para rogar a Dios por la curación de un ser querido desahuciado por los médicos, para suplicar un milagro o por otras diversas razones espirituales. Otros buscan más bien evasión y desahogo, a menudo para liberarse de la tensión acumulada por una mala experiencia. Creyentes o no, viajeros, turistas o peregrinos, por una razón u otra, se sienten atraídos por la experiencia, como quienes visitan la tumba de John Lennon o la de Elvis Presley. A muchos los he escuchado repetir, casi como un mantra, el famoso verso de Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar».
De modo que cada año miles de viajeros recorren el Camino de Santiago, unos buscando a Dios, otros buscando una nueva vivencia cultural y muchos también buscándose a sí mismos, como Juanjo acabó confesándome: «Entre los estudios, el trabajo, la familia y las obligaciones apenas tengo tiempo para mí mismo. Unos días de desconexión absoluta, en plena naturaleza, son para mí una liberación mental incomparable. Una terapia perfecta. Viajas por paisajes preciosos. Conoces gente magnífica. Ordenas tus ideas. Y de paso, ¡te pones en forma!».
Jesús estaba a punto de terminar su ministerio. Las alusiones a su partida le sonaban a Tomás a despedida, pero no sabía que Jesús se refería a su regreso al lado de su Padre. Jesús no solo nos muestra el camino a Dios, sino que él mismo es el camino, el medio más directo y seguro para conducirnos al Padre. Si es importante encontrarnos con nosotros mismos,
¡cuánto más lo es encontrarnos con él!
Señor, deseo seguirte hasta donde me quieras llevar.