
Sin mí nada pueden hacer
«Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada» (Juan 15: 5, NVI).
En el fondo de nuestro ser todos sentimos una aspiración legítima a la felicidad. Y para alcanzarla, millones de seres humanos no cesan de lanzarse a la búsqueda de experiencias satisfactorias nuevas.
Son innumerables los libros de autoayuda que ofrecen fórmulas infalibles para ser felices, para realizarnos, para triunfar, para «ser uno mismo» (¡como si fuera posible ser otra cosa!). Un viaje astral nos propone dejar de lado nuestro cuerpo para lanzarnos al descubrimiento de realidades superiores y acceder a niveles de conocimiento insospechados. Sabios ejercicios de meditación, respiración controlada y concentración nos prometen una fuente de enriquecimiento personal y de bienestar desconocidos. Otros nos ofrecen por caminos similares más fuerza interior, más serenidad, más paz mental.
En otras palabras, el mensaje de la mayoría de estas ofertas viene a ser más o menos el siguiente: «Lo que necesitas es centrarte más en ti mismo. Es dentro de ti donde se esconde el secreto de la armonía interior. La fuerza está en ti. El centro de tu verdadera realidad, tu punto de referencia, eres tú mismo».
Muchas de esas vías ponen el acento en una sola cosa: la valoración de mi «yo» individual. El centro de todo mi universo personal soy YO. Y de diversas maneras, lo que vienen a decirme es: «Deja ya de buscar la paz, el amor o la fuerza en Dios, en la Biblia o en la oración. Prueba este otro camino».
En el fondo, lo que vienen a decirme es precisamente lo que una astuta serpiente dijo a nuestros primeros padres en el jardín del Edén: «Yo tengo el secreto de tu iluminación y de tu verdadero crecimiento personal. Si haces lo que te digo, tus ojos se abrirán a una realidad más plena y seréis como dioses conociendo el bien y el mal» (ver Gén. 3: 5).
Desde entonces, el gran mistificador nos ofrece la ilusión de acceder, por sus propios caminos, a todo lo positivo que nosotros deseamos y que nos cuesta conseguir: la paz del alma, el bienestar total, la iluminación que nos revele todo lo que deseamos saber. «La luz divina está en ti. Basta con que entres en ti mismo sabiamente para que descubras allí lo que buscas», nos susurra.
Pero Jesús nos recuerda que todos somos como ramas de una gran planta y que la fuente de nuestro crecimiento espiritual, de nuestra vida entera, no está en nosotros sino en la vid que nos sustenta. Separados del Creador de la vida, poco podemos hacer.
Señor, no dejes que nada ni nadie me aparte hoy de ti.