“El que crea será salvo”
“El que crea y sea bautizado, será salvo” (Marcos 16:16).
Una popular canción describe, sin un ápice de exageración, la experiencia de muchos de nosotros: “Me bautizaron cuando tenía dos meses y a mí no me avisaron”. ”Hubo fiesta, piñata y a mí ni me preguntaron”. ¿No fue ese nuestro caso? A mí me sucedió. Y aunque no recuerdo nada de la ceremonia, los testigos dicen que cuando me bautizaron, el sacerdote roció agua sobre mi cabeza. Con el paso del tiempo, comprendí que ese bautismo no es el tipo de bautismo del cual habla la Palabra de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica muy bien el significado de la palabra “bautizar”: “Bautizar (baptizein, en griego) significa ‘sumergir’, ‘introducir dentro del agua’; la ‘inmersión’ en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con él como ‘nueva criatura’ ” (# 1214). Por lo tanto, “bautizar” no es rociar agua, sino “sumergirse” en ella.
La acreditada Nueva Biblia Española vierte así el texto de Romanos 6:3 al 5: “¿Han olvidado que a todos nosotros, al bautizarnos vinculándonos al Mesías Jesús, nos bautizaron vinculándonos a su muerte? Luego aquella inmersión que nos vinculaba a su muerte, nos sepultó con él, para que así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, también nosotros empezáramos una vida nueva. Pues si por esa acción simbólica hemos sido incorporados a su muerte, también lo seremos por su resurrección”.
El bautismo bíblico es por inmersión, no por aspersión. Si no fuera por inmersión, no tendrían sentido estos pasajes bíblicos: “Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín, porque allí había mucha agua” (Juan 3:23, NVI). “Y Jesús, después que fue bautizado, subió enseguida del agua” (Mat. 3:16). “Mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y lo bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y el eunuco no lo vio más” (Hech. 8:38, 39, RV 95).
Tras haber comprendido que el bautismo es una decisión personal, que debe estar precedido por el arrepentimiento y que conlleva la inmersión en el agua, siendo un adolescente decidí bautizarme por inmersión. Y lo hice porque cuando uno decide participar de ese solemne acto, se hace partícipe de esta grandísima y preciosa promesa:
“El que crea y sea bautizado será salvo” (Mar. 16:16). ¿Será que aún no has experimentado el bautismo bíblico y ha llegado el momento de hacerlo?