Un Dios digno de respeto
“No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano” (Éxodo 20:7).
El tercer Mandamiento retrata a Dios como alguien digno de respeto. Para las primeras personas que recibieron este mandato, estaba claro que el nombre de alguien era símbolo de su carácter. En el caso de Dios, su nombre es símbolo de cuán sublime es él (“¡Alaben todos el nombre del Señor, porque solo su nombre es sublime!”, Sal. 148:13). A través de su nombre se nos revela (“El Señor respondió: ‘Haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré mi nombre ante ti’ ”, Éxo. 33:19) y es al invocar su nombre que recibimos bendición (“Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré”, Núm. 6:27). Siendo algo tan grandioso el nombre de Dios, no debiéramos usarlo nunca en vano, desvelando así abiertamente nuestra frivolidad espiritual.
Dios quiere librarnos de la hipocresía, de tal manera que lo que diga nuestra boca lo respalde nuestra vida. Usar el nombre de Dios con ligereza solo para proclamar nuestras creencias, crear o mantener una imagen, manipular a otros o ganar notoriedad es pecado a la vista de Dios.
En toda relación de amor es necesario que haya confianza, y la confianza requiere que exista respeto. ¿Qué puede esperar Dios de alguien que usa su nombre (y lo que este significa) sin importar si le causa descrédito? ¿Hasta dónde puede llegar una persona a la que no le importa desacreditar el carácter de otra? Esa es la razón por la que en este mandamiento Dios dice que no dará por inocente al que tome su nombre en vano. ¿Por qué no lo dará por inocente? Porque se trata de un acto deliberado y premeditado.
Muchas veces nos hemos atrevido a usar el nombre de Dios en contextos tan triviales y descuidados que terminamos faltándole el respeto. ¡Esto no debe ocurrir! No nos conviene perder de vista la diferencia que existen entre las cosas sagradas y las seculares. Una actitud como esa puede hacernos mucho daño en nuestra experiencia espiritual. El amor exige respeto. Así como no hablamos descuidadamente de nuestros seres queridos, pues merecen respeto, ¡cuánto menos del Dios excelso, que merece más respeto aún!
Pablo aconseja: “Paguen a todos lo que deben: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Rom. 13:7). La práctica de este consejo nos ayudaría enormemente a cumplir con el tercer mandamiento.
No olvidemos nunca que Dios es digno de respeto y honra.
Amén, amén y amen