“Le daré a comer del árbol de la vida”
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en medio del paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7).
Al ver que la predicación de Pablo estaba sacando a mucha gente de la idolatría, Demetrio encabezó el coro de una multitud que desenfrenadamente vociferaba: “¡Grande es Diana de los efesios!” (Hech. 19:28). Estas palabras reflejaban muy bien la realidad religiosa de la Asia del siglo I. La diosa Diana, también conocida como Artemisa, era adorada en por lo menos cincuenta comunidades de Asia Menor. Los descubrimientos arqueológicos han desenterrado evidencias que sugieren que la veneración a Diana se había extendido por Fenicia, el norte de Israel y varios países de Europa.
Las monedas efesias de la época acuñan imágenes de palmares como “símbolos característicos de Diana”.¹³⁸ Ello la vinculaba con la adoración de árboles sagrados, una costumbre muy popular en Asia Menor. También hay imágenes de árboles sagrados en cofres encontrados en las ruinas de Éfeso.
El Señor, que conocía los retos de la iglesia radicada en esa urbe, les hizo esta preciosa promesa: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en medio del paraíso de Dios” (Apoc. 2:7). El verdadero árbol de la vida no estaba en el templo de Diana, sino en el paraíso de Dios. Pero esa promesa es para el “vencedor”, para el que constantemente fuera de triunfo en triunfo gracias a Cristo Jesús. No es para los que asumen una actitud derrotista ante las luchas que tiene que librar el cristiano durante su travesía por este mundo. Ser creyente conlleva salir victoriosos de nuestras batallas contra el mundo, la carne y la idolatría. ¿Y cómo se consigue esa victoria? Así: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 15:57). ¡La obtenemos como un regalo de Dios!
Muy pronto comeremos de ese árbol “que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apoc. 22:2). Y disfrutaremos de ese árbol junto a los efesios que no adoraron al árbol de la diosa Diana.
138 Collin J. Hemer, The Letters to the Seven Churches of Asia in Their Local Setting (Grand Rapids, Míchigan: William B. Eerdmans, 2001), p. 45.