Matutina para Adultos | Miércoles 19 de noviembre de 2025 | Libre de las fuerzas del mal

Matutina para Adultos | Miércoles 19 de noviembre de 2025 | Libre de las fuerzas del mal

Matutina para Adultos

«Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él dijo: «Legión». Muchos demonios habían entrado en él […]. El hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que lo dejara quedarse con él, pero Jesús lo despidió, diciendo: «Vuélvete a tu casa y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo»» (Lucas 8: 30, 38-39).

Aunque mis diversas experiencias personales en África, Polinesia y las Antillas han sido relativamente breves, en todas ellas he podido comprobar lo impresionante que es encontrarse con quienes sufren aterrados o poseídos por las fuerzas del mal. Muchos se debaten contra ellas como buenamente pueden, en su buena voluntad o ignorancia, ya sea a través de la hechicería, la magia negra o el vudú.

Jesús nos ha revelado un medio mejor. Vencedor de Satanás en persona, no teme a los endemoniados y los trata simplemente como a seres que sufren. Ante el hombre que le sale al encuentro en la playa de Gadara, la pregunta que le dirige el Maestro, «¿cómo te llamas?», es la expresión de su deseo de entrar en relación personal con él. Según las tradiciones de aquella sociedad, conocer el nombre de alguien (incluso de un demonio) equivalía a tener acceso a su intimidad. La respuesta «me llamo Legión porque somos muchos», por un lado parece un intento desesperado de impedir el exorcismo, pero por otro expresa el sentimiento del paciente de saberse sometido a una fuerza de ocupación que pretende ser invencible.

Cuando el sufrimiento se hace insoportable, cuando el dolor del rechazo ajeno nubla la mente y uno solo llega a verse a sí mismo como un endemoniado, alguien sin control sobre sí mismo, enfrentarse a los demás —sea a su desprecio o a su compasión— resulta una tortura.

Jesús comprende lo que este hombre siente y necesita, aunque no se lo pida. Por eso ordena a las fuerzas del mal que lo dejen en paz. No define al enfermo por su situación presente sino por lo que puede llegar a ser mediante su poder. Su posesión es una circunstancia que no altera su valor ante Dios, porque liberado de ella ese hombre será realmente otro. Y en efecto, el terrible endemoniado gadareno se convierte, por el poder transformador divino, en el primer misionero cristiano de Decápolis.

Aunque casos de endemoniados así parecen poco visibles en nuestras sociedades occidentales, un número incalculable de seres humanos poseídos por espíritus tan devastadores como la violencia, la avaricia, la lujuria o la indiferencia son arrastrados cada día hacia terribles abismos. Necesitan saber, a través nuestro, que, aunque ellos fueran los únicos posesos del mundo, Cristo hubiese venido a salvarlos.

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